Comentario al evangelio. Domingo 2º de Navidad, ciclo C.
Y EL VERBO SE HIZO CARNE
Y no se encarnó en una naturaleza pura, como la de Adán y Eva antes del pecado, sino en una naturaleza con las secuelas del pecado. A nosotros esto nos sigue pareciendo demasiado hermoso y nos cuesta creerlo. Un Dios hecho “carne” identificado con nuestra debilidad, nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad. Un Dios que pisa nuestro suelo, come con nosotros el pan de los sudores, y experimenta el amargo sabor de nuestras lágrimas. Un Dios que respira nuestro aire, bebe nuestro vino, mira extasiado la multitud de estrellas por la noche, obra de las manos de su Padre, y muy de mañana contempla la belleza de los lirios del campo en primavera. Un Dios que “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado” (G.S. 22).
Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS.
Tal vez nadie como Pablo en la carta a los Efesios (2ª lectura) ha sabido captar todo lo que esto significa. En Cristo Resucitado, todos nosotros tenemos: a) Una preexistencia. b) Una nueva existencia. c) Una garantía de una existencia eterna.
Preexistencia. San Pablo nos hace esta manifestación: “En Él existimos antes de la Creación del mundo”. En Cristo existimos desde siempre. No habíamos nacido para este mundo y desde toda la eternidad ya habíamos sido objeto de unos sueños eternos de Dios. Por eso puede decir el profeta Jeremías “nos amó con amor eterno”. (Jr. 31,3). Durante toda la eternidad hemos sido acunados por los brazos cariñosos e invisibles del Padre.
Nueva existencia. “Nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos”. En la visión de Pablo, cada cristiano está destinado a ser “otro Cristo”. Ser cristiano, en la mentalidad de Pablo, es ser capaz de dar un espacio y un tiempo para que Cristo siga viviendo hoy en el mundo. Él repite hasta la saciedad que todo lo tenemos que vivir “En Cristo”.
Una garantía de una existencia eterna. San Pablo se rebela contra aquellos que se conforman con un Cristo “para esta vida”. Y llega a afirmar que, si Cristo no ha resucitado, somos los más desgraciados de todos los hombres. Estamos destinados a vivir con Cristo para siempre. Por eso a él no le hace ninguna extorsión la muerte, al contrario, la desea para estar ya “definitivamente con el Señor”. En esta carta a los efesios, nos habla de “una esperanza de gloria que da en herencia a los santos”. Los cristianos llevamos “el sello”, la marca del Espíritu. Esa es nuestra garantía.
HEMOS VISTO SU GLORIA.
En el evangelio de Juan es muy importante el verbo ver. Pero según él, hay un “ver” en minúscula, es decir, ver la vida y existencia de Jesús en un sentido meramente histórico y un VER con mayúscula que consiste en ver en profundidad los acontecimientos de Jesús y su Persona. A este VER con mayúscula nos invita el evangelio al principio: “Venid y ved” (Jn. 1,39). Y, al final, en una escena estremecedora, nos presenta a Cristo muerto en la Cruz, con una invitación: “Mirarán al que traspasaron” (Jn.19, 37). Todos los que lean este evangelio deben contemplar el misterio de un Dios que ha muerto por amor.
Iglesia en Aragón.