Comentario al evangelio. Domingo 6º Ordinario, ciclo C.
1.- Jesús, antes de hablar de la pobreza, la ha vivido.
Para Jesús, lo absoluto, lo definitivo, lo que le hace plenamente feliz es Dios. Jesús se siente tan entrañablemente abrazado por su Padre que puede decir: “Yo y el Padre somos uno” (Jn. 10,30). Desde ahí ha sabido relativizar todo: el dinero, la fama, el prestigio, incluso la propia vida. Es verdad que Jesús pudo ser “un buen rico”. Y hubiera podido repartir su riqueza entre los pobres. Pero optó por ser sociológicamente pobre porque así se solidarizaba mejor con ellos. Su vida sobria, austera y libre de las ataduras del dinero, pudo gozar de las cosas bellas y sencillas de la vida, y, con un corazón libre, disfrutar plenamente de una auténtica amistad. Ha visto a cada persona como un “auténtico regalo del Padre”. “Eran tuyos y Tú me los diste” (Jn. 17,6). Y se ha dedicado en cuerpo y alma a liberar a las personas de todo lo que les esclaviza.
2.- La pobreza en el evangelio de Lucas.
La inmensa mayoría de los exegetas están de acuerdo en que las tres primeras bienaventuranzas de Lucas, recogidas también en Mateo, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Para Lucas, los pobres son los pobres que Él tiene delante, con sus rostros y sus nombres concretos; los que no tienen cubiertas sus necesidades más elementales. Sería un sarcasmo decirles a éstos: ¡Enhorabuena, qué suerte tenéis! Cuando les dice: «Dichosos de vosotros” es porque ha llegado para ellos el “reinado de Dios”. Son dichosos porque Jesús les dice: Dios ya no aguanta más vuestra situación y va a actuar. Vosotros tenéis a Dios por rey y propio del rey es ayudaros y defenderos. En el evangelio de Lucas hay unas amenazas para los ricos. Más que maldiciones son avisos para que los ricos cambien de actitud y reaccionen. Este evangelista, en el discurso programático de Nazaret, ha elegido para su lectura al profeta Isaías donde dice que el Mesías “ha sido enviado a dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor” (Lc. 4,18-19). Y todos sabemos que el año de gracia alude al Año Jubilar que se celebraba cada 50 años, y donde los pobres podían recuperar las tierras que habían perdido en esos años. Y con esa pérdida, el derecho a ser persona. En la parábola lucana del “rico sin entrañas” “el mendigo Lázaro quería saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico” (Lc. 16,21). Y las migajas eran los trozos de pan con los que habían limpiado el plato. Se trata de una pobreza humillante que hace añicos la dignidad humana. Y es lo que Jesús no puede tolerar. La única manera de salir de esa “pobreza-miseria” es combatirla. El mayor dolor de la pobreza es la destrucción de la persona. Dios no puede tolerar que miles de niños en el siglo XXI se mueran de hambre. Jesús, que tenía un corazón compasivo no podía tolerar que la gente del desierto se fuera sin comer porque podían desfallecer en el camino. Por eso hizo la multiplicación de los panes (Lc.9,10-17). Para los pobres, según Lucas el evangelio es una buena noticia porque Dios, que reina ya dentro de sus corazones, va a cambiar su situación. Por eso la Iglesia siempre ha tenido muy en cuenta a estos pobres-sociológicos y ha creado instituciones para atenderlos y ayudarles a ser personas.
3.– Persona-árbol: persona-cardo. (1ª Lectura).
Para el profeta Jeremías, el pobre sería la “persona-árbol”. Y el rico la “persona-cardo”. El árbol con sus hojas, da buena sombra. Se refiere a esas personas acogedoras, que dan cobijo y descanso; con sus buenos frutos, saben poner paz, alegría, ilusión, esperanza y mucho amor en la vida. El árbol no se mueve de sitio, siempre está. Y como está en su sitio, siempre lo encuentras. El cardo no da frutos, ni hojas, ni sombra. Lo único que puedes esperar es algún pinchazo. Alude a las personas negativas, que nunca aportan nada, que lo critican todo, que viven amargadas y amargan la vida de los demás. ¿Cuál es el secreto de este árbol? Crece junto al arroyo de las aguas. Y sabemos que “la acequia de Dios va llena de agua” (Sal. 64). Son personas de oración.
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