Comentario al evangelio. Domingo 3º Cuaresma. Ciclo C.
No cabe duda de que el tema de este Domingo es la CONVERSION. Si buscamos esta palabra en el Diccionario nos dirá que es “hacer que una persona o cosa se trasforme en algo distinto de lo que era”. En el mundo bíblico existe la palabra clásica “metanoia” que significa “cambio de mentalidad”. En concreto significaría: “pasar de nuestro pequeño mundo al mundo de Dios”. En este sentido, la conversión siempre es algo positivo, algo que nos conviene. Y esto lo vamos a comprobar en las tres lecturas de este día.
PRIMERA LECTURA (Ex.3,1-8.13-15).
Convertirse es pasar de la soledad del desierto a la abrasadora cercanía con Dios. Moisés es un pastor y está atravesando su rebaño por el desierto para llevarlo a buenos pastos. Y en medio del desierto una imagen bella, evocadora, impactante: Una zarza que arde sin consumirse. Es la imagen de Dios que arde en llamaradas de vida, en llamaradas de amor, en llamaradas de felicidad. Y Moisés dice: VOY A ACERCARME A VER. ¡Qué decisión tan bonita y tan importante!… En la medida que se acerca…entra en calor, se llena de vida. En la medida que se aleja…se enfría y muere. Este Moisés perdido en medio del desierto, con muchas preguntas y pocas respuestas, con inseguridad, con miedo, con la boca reseca, con el polvo del camino, no es un hombre sino “el hombre” soy yo y eres tú. El hombre vive en este mundo como “desterrado”. Y en el momento actual, este hombre moderno, de espaldas a Dios, totalmente perdido, aterido de frío, vulnerable tras la pandemia, está necesitando la decisión de Moisés: VOY A ACERCARME A ESTA LLAMA. Voy a intentar vivir aquello que estoy llamado a ser.
SEGUNDA LECTURA. (1Cor. 10,1-6).
Convertirse es pasar de las figuras a la realidad. San Pablo, gran conocedor de las Escrituras, está capacitado más que nadie para enseñarnos el valor del A.T. “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros”. La nube, el pan del cielo (maná), el agua, eran figuras que anunciaban acontecimientos futuros. Todo el Antiguo Testamento era preparación para el Nuevo. LA ROCA ERA CRISTO. No podemos dar al A.T. un carácter definitivo. Dice San Pablo: “Hasta el día de hoy un velo vela su mente siempre que leen a Moisés; sólo cuando se conviertan al Señor, desaparecerá el velo” (2Cor. 3,15). Y San Agustín nos recordará:” Cuando leo los libros del A.T. y no veo a Cristo, su lectura me resulta sosa, insípida; pero si descubro en ellos a Cristo su lectura me resulta sabrosa y embriagadora”. Por fin, hay que decir que el A.T. no da seguridad. Por eso “el que se crea seguro, cuídese de no caer” (2ª lectura). No es que los del Nuevo Testamento estemos seguros por nosotros mismos. Pero sí ponemos nuestra seguridad en Cristo, “nuestra roca”.
TERCERA LECTURA (Lc. 13,1-9).
Convertirse es descubrir en Cristo un nuevo rostro de Dios. En tiempo de Jesús era normal considerar los males de este mundo como “castigos de Dios”. Por eso podían pensar que los que derramaron su sangre en la época de Pilato y los que murieron aplastados por la torre de Siloé, murieron como castigo de Dios. Y de ahí se sacaba la consecuencia de que aquellos a quienes no les ocurría esas desgracias era porque eran buenas personas. Jesús se opone radicalmente a esta manera de concebir la religión. Y nos dice que aquellos que mueren de accidente o de enfermedad contagiosa, o de Corona-virus, no es por castigo de Dios. Todavía Jesús lo dejó más claro cuando le presentan un ciego de nacimiento y le hacen esta pregunta: Maestro, ¿Quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres? Y Jesús contesta: Ni él ni sus padres”. (Juan 9,2-3). El Dios manifestado en Jesús no es un Dios que castiga, sino que ama y se mete dentro del dolor humano para liberarnos. Esta idea de que nuestros males son castigos de Dios ha llegado hasta nuestros días. Por eso, incluso entre cristianos, se oye decir: ¿Qué le he hecho yo a Dios para que me castigue? Decía Santa Teresa de Jesús: “Señor, con grandes favores castigabais mis delitos”. Esa es la manera que tiene Dios de castigarnos. Incluso cuando nuestra vida se parece a esa “higuera seca que no produce frutos”, no la corta, sino que, con una paciencia increíble, la cava, la abona, la riega, la mima, para que dé fruto. Dios no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Lo que quiere es que volvamos a Él. “A veces nos comportamos como controladores de la gracia, y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una Aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno, con su vida a cuestas”. (Papa Francisco).
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