Comentario al evangelio. Domingo 4º Cuaresma. Ciclo C.

1.– El comienzo. Lc. 15,1-3. 

      Los publicanos y pecadores, es decir, la gente de mal vivir, estaban felices escuchando a Jesús. En cambio, los fariseos y los escribas (los que el pueblo tenía como santos) murmuraban porque Jesús comía con pecadores.  A estas tres parábolas, la del Pastor, la de la Mujer que busca la moneda perdida y la del Padre Bueno, se les llama parábolas de revelación. Con ellas Jesús quiere revelar el verdadero rostro de Dios. A esos que explicaban las Escrituras y tenían siempre en los labios el nombre de Yavé, les va a decir que no tienen idea de lo que es Dios. Sólo el Hijo, el que ha vivido siempre con el Padre, nos lo puede revelar. (Jn.1,18). Y lo hace con estas parábolas maravillosas. Un gran especialista en parábolas, el Dr. Jeremías, nos dice que siempre en las parábolas hay que ir al núcleo esencial. ¿Y cuál es el núcleo esencial de estas parábolas? Responde: LA INSENSATEZ. Sólo un pastor insensato busca una oveja abandonando las 99 en el corral. Sólo un Padre que ha perdido el juicio trata de esa manera a ese hijo que es un auténtica calavera. Sólo una mujer de pocas luces, al encontrar una moneda de poco valor, invita a una fiesta a sus amigas. Conclusión: Dios ha perdido el juicio, se ha vuelto loco, pero “loco de amor al hombre. Y esa “locura de amor, por parte de Dios, va a ser el mensaje que su Hijo viene a revelarnos”.


2.– El centro fundamental de la Parábola:

      Los gestos exagerados.

     – Un padre no entrega nunca la herencia al hijo en vida. La costumbre era entregarla después de la muerte.       –   Un padre nunca corre a buscar al hijo. Según la costumbre, el padre está sentado en casa. Es el hijo el que debe venir a buscarlo. – Y, cuando viene el hijo, el padre podía haber adoptado varias actitudes más razonables:

      A) Podía haberle dado lo que el hijo pedía: entrar en casa, pero como un obrero, no como hijo.

      B) O bien, podía haberle perdonado, pero dándole una amonestación: Te perdono y te doy una nueva oportunidad. Pero si vuelves a hacer lo mismo aquí no entras más.

      C) El padre podía haberle perdonado diciendo: Eres el mismo que antes. Sé que eres joven y se te han cruzado los cables. Olvida todo. Haz que esto sea un paréntesis, un episodio, pero vuelve a casa como si nada hubiera pasado. Eres el mismo de antes. Incluso te devuelvo “las sandalias” símbolo del poder de una persona. Y el “anillo” de sus riquezas. Te nombro de nuevo, heredero –con tu hermano– de los bienes. Aquel muchacho se hubiera sentido el más feliz del mundo.
      – Sin embargo, el padre hace lo inaudito: corre, besa al hijo, le abraza, no le deja pedir excusas, le calza, le viste… y manda matar el ternero gordo. Todos estos excesos, estas exageraciones, este interés por salirse de lo normal, de la manera que uno ni siquiera hubiera imaginado…, nos quiere decir que así de loco, así de exagerado, así de escandaloso es el amor del Padre-Dios.


3.– El final. ¿Cómo acabaría esta historia? 

      El evangelio no dice nada, pero tenemos derecho a imaginarla. A mí ni se me ocurre pensar que este hijo, después de haber conocido al Padre, tuviera ya ganas de irse de casa. En casa ha encontrado lo que le negó su aventura por las calles. En realidad, vivió en casa “sin conocer al Padre”. Incluso me imagino que el hijo mayor, al ver el derroche de ternura de su Padre, acabaría aceptando la invitación de éste a entrar en la fiesta. Desde ahora ya no viviría en casa como “obrero” sirviendo a su Señor. Experimentaría el gozo de vivir “como hijo” aceptando también a su hermano. Si al terminar la parábola uno saca la conclusión de que el Padre Dios es bueno, no ha entendido nada. Este Padre Dios es exageradamente bueno, escandalosamente bueno. Todo puede cambiar con el “milagro del corazón”.

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