Comentario al evangelio. Domingo 17º Ordinario, ciclo C
1.- Originalidad de la oración de Jesús.
Jesús se dirige a Dios llamándole “mi Padre”. Esto era totalmente nuevo. Nadie ha mostrado un solo caso en el que una persona individual haya tenido en Israel la osadía de dirigirse a Dios para decirle: padre mío. Más aún. Cuando Jesús se dirigía a Dios su Padre, usa la palabra aramea ABBA. Y esta palabra estaba en los sonidos balbucientes de los niños. “Cuando un niño experimenta el gusto del trigo, es decir, se le desteta, aprende a decir “Abbá” e “Imma” es decir, “papá y mamá”. (Talmud). Para una mentalidad judía había sido algo impensable, irreverente, incluso escandaloso, el llamar a Dios con esta familiaridad. Por eso fue algo inaudito que Jesús se atreviera a hablar con Dios con la simplicidad, intimidad y confianza que un niño habla con su Padre. “Abbá es una palabra que supone una revelación” (J. Jeremías). Y es como la punta de un Iceberg, de una experiencia única.
2.- Novedad de la oración cristiana.
Él les dijo: cuando oréis, decid: “Abbá”. Este texto es sumamente importante para nosotros porque nos sitúa en la verdadera oración. Jesús ha estado orando. Lo que nos transmite es parte de su propia experiencia.
Cuando Jesús venía de la oración, ¡se le notaba! ¡Claro que se le notaba! El rostro de Jesús quedaba transfigurado, mucho más que el de Moisés cuando descendía de la Montaña. Por otra parte, cuando Jesús venía de orar, se derretía de ternura, de dulzura, de amabilidad… Siempre, pero especialmente después de la oración. Y es entonces cuando los discípulos, con una sana envidia, le piden: “Maestro, enséñanos a orar” es decir, “Métenos en esa esfera de intimidad en que te metes tú”.
Cuando Él nos dice que debemos usar también nosotros esa misma palabra, la Comunidad Cristiana ha quedado impresionada y no ha querido traducirla. Por eso ha pasado en la misma versión original. Los cristianos que venían del judaísmo no la podían pronunciar. De ahí que fuera necesario que el mismo Espíritu Santo la pronunciara desde dentro. “No habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “Abba”.
3.- Jesús nos dice que debemos pedir, llamar, buscar.
Pero, ¿cómo debemos hacerlo? ¿Qué debemos pedir? Ante todo, lo que Jesús pedía en el Padre nuestro. Lo más esencial, que le descubramos como nuestro “Papá” y nos sintamos siempre queridos por Él. “Si Dios es todopoderoso es también todo cariñoso. Si con sus manos sostiene el mundo, con esas mismas manos me acoge y me protege. Cuando la gente se queja: “estoy solo en el mundo”, el Padre responde:” Yo estoy contigo, no tengas miedo”. (Is. 41,10). Cuando los humanos se lamentan diciendo: nadie me quiere, el Padre responde. “Yo te amo mucho” (Is. 43,4). (P. Larrañaga).
¿Dónde debemos llamar? “Jesús es la puerta”. No busquemos llamar en otras puertas. Es la puerta que nos lleva a la intimidad con el Padre y, desde ahí, a una sana y auténtica fraternidad. “Todos vosotros sois hermanos”. (Mt. 23,8) La fraternidad es la gran fiesta de la vida.
¿Cómo debemos buscar? No de una manera apática, indiferente, sino apasionada. “Como busca la cierva corriente de agua” (Sal. 42). Una cierva atormentada por el agua y con sus crías, busca vitalmente el agua. Para ella beber es vivir y dejar de beber es morir.
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