Comentario al evangelio. Domingo 19º ordinario.

1.-“No temas, mi pequeño rebaño”
     Es la gran preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. Jesús es nuestro Pastor. Y, como dice el Papa Francisco, “va delante, en medio y detrás del rebaño”. Delante para señalarnos el camino; en medio para acompañarnos, y detrás para acoger a las ovejas más débiles y más necesitadas. «Mi pequeño rebaño». Jesús mira con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús siempre: como un poco de «levadura» oculto en la masa, una pequeña «luz» en medio de la oscuridad, un puñado de «sal» para poner sabor a la vida. Estos “divinos diminutivos” de Jesús son encantadores. Como cuando les dice a sus discípulos antes de morir. ”Hijitos míos, qué poco me queda de estar con vosotros (Jn. 13,33)”.  Es como si toda la ternura acumulada en su corazón le estallara y la quisiera comunicar a sus discípulos en esa hora de despedida.
 
2.- Vuestro Padre ha tenido a bien daros a vosotros el reino.
      El reino, o mejor, el reinado de Dios, es el gran regalo que el Padre nos ha traído a través de Jesús. Cuando irrumpe dentro de nosotros, todo cambia. Lo que en esta vida lo tenemos por valor,  es superado por un valor superior. En este reino de Dios “es mejor dar que recibir”; “es mejor compartir que acumular”, “es mejor servir que dominar”. Y esto ¿para qué? ¿Para amargar nuestra existencia? Al contrario, para darnos alegría y libertad interior, para poder realizarnos plenamente como personas. Esta es la maravilla del reino: nada de lo humano queda sin sentido. Todo se llena de plenitud. Ser cristiano es no dejar las cosas a medias. Jesús no se conforma con que seamos poco-hombres o medio-hombres, sino hombres y mujeres a la medida de Jesús, el hombre perfecto. La eucaristía como sacramento, hace presente una realidad que está siempre en nosotros, aunque oculta: la presencia de Dios como don total que me capacita para darme totalmente y alcanzar de ese modo mi plenitud.
 
3.- Vigilad. El Señor nos propone la bella tarea de vigilar.
      Vigilar y así  estar preparados para cuando el Señor venga. La espera debe ser alegre, fiel, ilusionada. Nos preguntamos: ¿De dónde viene el Señor? ¿Acaso viene de enterrar a un muerto? ¡No! Viene de celebrar unas bodas. Oigamos sus palabras:” Vosotros estad  como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo” (Lc. 12, 36-37). El Señor espera que estemos bien despiertos para poder contarnos su bonita experiencia. Quiere que, de alguna manera, participemos de la fiesta de su amo. Lo increíble es que este maravilloso señor, al llegar, debe estar cansado, con ganas ya de irse a dormir. Pero ha visto la espera fiel y gozosa de sus criados y “se pone a servirles”. A esta espera “en el amor” Jesús responde con una inusitada generosidad. Mientras les sirve, les cuenta su experiencia, lo bien que se lo ha pasado. Y aquellos buenos criados, disfrutan de la alegría y la fiesta de su Señor. Un servicio sin amor crea esclavos; un servicio con amor crea hombres libres.
 
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