Comentario a las lecturas. Domingo 30º Ordinario, ciclo A.

    El judaísmo de la época de Jesús se encontraba con una enorme carga de preceptos a seguir,
sobre todo por parte de los fariseos.
Una de las discusiones que se daba entre las principales escuelas judías
era la pregunta que le hicieron a Jesús: ¿Cuál es el principal mandamiento de la ley?
Lo novedoso de la respuesta de Jesús
es que Él va más allá de las miras estrechas de sus interlocutores.
Jesús desplaza el objeto de la discusión,
ya que lo importante no es saber cuál es el mandamiento principal,
sino llegar a encontrar el origen y fundamento de todos ellos;
y para el Señor ese origen o fundamento es el amor,
y este desde su doble dimensión de amor a Dios y amor al prójimo.

     La pregunta que dirigen los fariseos a Jesús, hoy podría traducirse en preguntas como:
¿Cuál es el valor humano principal?
   ¿Qué realidad puede dar un sentido radical a mi vida?
¿Dónde está el secreto para ser feliz?
A todas estas preguntas el Señor nos sigue respondiendo con: amar, amar a Dios y al prójimo.

    El mandamiento del amor, esta fuente de vida,
es el que da sentido y fundamento al resto de preceptos de nuestra fe;
y en nuestra vida cristiana no debemos olvidar ese origen y fundamento de los preceptos,
ya que ellos existen en la medida que faciliten y nos ayuden a amar,
a hacer vida ese amor del que el Señor nos dio ejemplo.

    Ante la pregunta de los fariseos, Jesús responde con un único precepto, el del amor,
pero explayado en su doble dimensión
de amor a Dios (vertical) y de amor al prójimo (horizontal).
Se puede correr el riesgo de ver aquí dos preceptos independientes,
pero es claro que se trata de un mismo y único precepto
que conlleva dos dimensiones en la vida del hombre.
El amor a Dios se muestra por medio del amor al prójimo, y viceversa.

     Como decía el apóstol Santiago en su carta:
Muéstrame tu fe sin obras, y yo te demostraré por las obras mi fe.
No se puede dar un aspecto sin el otro.
No se puede caer en el angelismo de una relación con Dios,
independientemente de lo que sucede a nuestro alrededor.
Ni tampoco se puede, para un cristiano,
ejercer el bien hacia los demás, pero sin una referencia hacia Dios,
ya que entonces estaría ejerciendo la labor de una ONG sin más, algo que es bueno; p
ero que para el cristiano debe tener un tinte especial, una razón de ser determinada,
y eso se lo dará la referencia de esa labor a Dios, viviendo desde Él y como camino hacia Él,
esa labor ejercida en favor del prójimo.

      En la primera lectura hemos escuchado
que ya en el Antiguo Testamento se imperaba al pueblo judío el amor al prójimo,
la atención hacia los más necesitados y desvalidos.
La diferencia entre estos preceptos del libro del Éxodo y el precepto del amor apuntado por el Señor se encuentra en que, para los primeros,
ese amor al prójimo debía ser ejercido solo hacia el israelita, hacia uno del pueblo,
mientras que para Jesús
el ejercicio del amor ha de ser universal, sin distinción de razas, culturas, color, etc.
El Señor nos invita a vivir el amor según su naturaleza, es decir, sin fronteras, sin límites,
ya que todo hombre, por ser hombre y por ser creatura de Dios,
debe ser respetado y debe ser objeto de nuestro amor, signo del amor de Dios para con él.

MIsa Dominical

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