Comentario evangélico. Asunción de María C.
La Asunción, anticipo de nuestro destino
Celebramos este domingo la festividad de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma. El Misterio de María que la Iglesia ha venido contemplando a través de los siglos, nos ofrecen el designio salvador que para nuestro bien Dios ha querido darnos en esta mujer describiéndonos en cuatro rasgos su biografía vocacional, su misión dentro de esa historia que paradójicamente depende de ella y al mismo tiempo pertenece a ella: el sí de la Virgen condicionaba misteriosamente un plan de salvación que también a ella le salvaba. Hay un antes de la Virginidad y un después de la Maternidad, y por eso la Iglesia ha querido exponer dogmáticamente la Inmaculada como antes y la Asunción como después. Estos cuatro momentos representan los puntos fuertes en torno a los cuales gira toda la fidelidad de María y las gracias que ella recibió como Madre de Cristo y de la Iglesia.
Para esta festividad la liturgia nos presenta el evangelio de un viaje singular: la visita que María hizo a su anciana prima Isabel. No es simplemente que María fuera a echar una mano a quien esperaba un hijo en avanzada edad. María fue para reconocer algo mucho más grande: el milagro de cómo Dios hace cosas posibles lo que a los hombres nos resulta tantas veces imposible. Isabel esperaba a Juan el Bautista. María esperaba a Jesús. Ambas eran testigos de esa posibilidad de Dios que llega en la hora moza o en la postrera.
Siempre ha sido un reto a nuestra confianza el de creernos que las cosas más bellas y verdaderas no son fruto de nuestro ingenio, ni de nuestro empeño o pretensión. Más bien son un regalo de Dios, una gracia –decimos los cristianos–. Hay tantas cosas que no logramos celebrar porque no las conseguimos realizar (la paz y la felicidad, por citar dos siempre actuales), y no las realizamos porque nos empeñamos en hacerlas nosotros solos, jugando a ser pequeños dioses. Fiarse del Señor, pedir a Dios para que en nuestra pequeñez Él haga cosas grandes, es lo que hicieron Isabel y María.
Por último, en aquel encuentro hubo un detalle precioso: al llegar María, la criatura de Isabel saltó en su seno de alegría. La Virgen era portadora de una Presencia, la de Jesús, que era capaz de hacer saltar de alegría lo mejor del interior de Isabel. ¿Y si probásemos nosotros a visitar así a nuestros semejantes? Veríamos también saltar de gozo lo mejor de sus vidas.
La Asunción de la Virgen es como un anticipo del destino que a todos nos aguarda, el que nos ganó Cristo en su resurrección. Que esta alegría de cielo nos llene el alma de paz.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
A.A. de Huesca y de Jaca
15 agosto 2010