Comentario a las lecturas. Dedicación de la Basílica de Letrán.
1.- El Templo no puede ser un mercado. En tiempo de Jesús, el templo se había convertido en un buen negocio. En las grandes fiestas, todos los judíos (también los de la diáspora) ofrecían sacrificios y ofrendas. Y se recaudaba mucho dinero para las personas del culto. Jesús no puede tolerar tanta mercancía en la casa de Dios. Dios es gratuito y no se puede comprar con nada, menos con dinero. Y aquí Jesús da un aviso para navegantes. El que se dedica a las cosas de Dios no puede enriquecerse en la casa de Dios. El discípulo de Jesús debe ir “ligero de equipaje”. Y esto sirve para los tiempos de Jesús y para nuestros tiempos.
2.- El Templo no puede convertirse en una cueva de bandidos. Los judíos creían que el hecho de estar en el templo daba seguridad física. Y, de hecho, los templos han servido como “lugares de refugio”. Pero, a veces, este derecho no ha sido respetado. Es interesante el salmo 11. Un buen israelita, inocentemente perseguido, acude al templo haciendo uso del derecho de asilo. Pero hay un orden social que se tambalea; por todas partes campea la anarquía, el desorden. Y son los mismos encargados del Templo le aconsejan la huída. “Escapa como un pájaro al monte”. Pero este hombre bueno protesta y, lleno de fe, dice: “Al Señor me acojo”. Es decir. No busco seguridad en el templo sino en el que está por encima del Templo: el Señor. Sus ojos están observando (Sal. 11,4).
El salmista nos invita a fiarnos del Señor. Esta invitación sirve para todos los tiempos. Las piedras del templo no dan seguridad. Los bandidos no pueden tener seguridad en el templo. El cristiano debe poner toda su seguridad en Cristo Resucitado, piedra angular del Nuevo Templo.
3.- La casa de mi Padre. Me llama la atención en este evangelio de Juan, estas palabras: “La casa de mi Padre”. No dice “la casa de Dios” sino de mi Padre. ¿Qué hay entre Jesús y el Padre? ¿Qué misterio se esconde? ¿Qué centro de gravedad le atrae tanto a Jesús que es capaz de privarse del sueño para pasar la noche con Él?
Para Jesús, su Padre lo es todo: el pan que le alimenta, el cielo que lo cobija, el suelo que lo sostiene, la almohada donde descansará su cabeza coronada de espinas. Hay un momento terrible en el que a Jesús le dejan solo. “Todos huyeron” (Mc. 14,50). Pero Jesús nunca se siente solo: “El Padre está conmigo” (Jn. 16,32). Comenta bellísimamente un famoso pensador cristiano: «Había en Jesús algo íntimo, un «sancta sanctorum”, al que no tenía acceso ni su misma madre, sino únicamente su Padre. En su alma humana había un lugar, precisamente el más profundo, completamente vacío de todo lo humano, libre de cualquier apego terreno, absolutamente virgen y consagrado del todo a Dios. El Padre era su mundo, su realidad, su existencia, y con él llevaba en común la más fecunda de las vidas» (K. Adán).
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