Comentario evangélico. Domingo de Ramos.

LA SOLEDAD DEL AMOR

       El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor se proclama en todas nuestras eucaristías el relato de la pasión. Es un relato largo, solemne y conmovedor. La lectura de la pasión en una celebración litúrgica hace que la Palabra proclamada se nos presente, una vez más, como espada de doble filo. No podemos quedarnos indiferentes asistiendo como espectadores pasivos a un espectáculo que nada tiene
que ver con nosotros. Es muy importante que aquellos sucesos, que nos introducen en la grandeza del misterio de nuestra salvación, nos muestren la interioridad con que los vivió Cristo. No estamos ante el relato épico de la ejecución de un gran hombre. Es mucho más. Los sufrimientos de Cristo nos salvan por el amor con que los ha vivido, un amor que le ha llevado a entregar la vida libremente por nosotros.
       La celebración del Domingo de Ramos, con la procesión de las palmas y la meditación de la pasión del Señor, se convierte en un pórtico privilegiado que interpela al creyente y le invita a entrar en
la Semana Santa para vivirla con provecho. Para ello se debe suscitar en nuestro corazón el deseo de subir con Cristo a la cruz, para morir al hombre viejo y resucitar con Él a una vida nueva. Acompañar a Jesús en los próximos días nos ayudará a romper su soledad, tan bien descrita por San Mateo en su relato evangélico.
       Soledad que comienza en la última cena, cuando Judas consuma su traición y Jesús toma conciencia de que incluso los más allegados le van a abandonar. Soledad que toma tintes dramáticos cuando el sueño de los Apóstoles le deja roto en el huerto de los olivos: la carga del pecado
del mundo comienza a mostrar su peso insoportable y el Señor sabe que tiene que beber el cáliz hasta el final. La soledad se prolonga en el injusto proceso al que se ve sometido cuando hasta los que le conocen, le niegan. Y el abandono más insoportable es el del Padre expresado por Jesús en su oración en el patíbulo de la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”. Pero el que se ha entregado ya eucarísticamente tiene que tomar sobre sí lo aparentemente insoportable,
según la voluntad del Padre. Y lo hace por nosotros.
       Estamos a la espera de la Resurrección: así concluye el relato evangélico de este domingo. Pero para alcanzarla es necesario comprender el misterio de la Cruz. Eso se expresa en nuestras mismas celebraciones. Nuestras asambleas cristianas están presididas siempre por una Cruz, la Cruz de Cristo. ¿Por qué? Si Cristo ha resucitado, ¿por qué nos preside su imagen de crucificado? Porque no debemos olvidar su Amor. Para que la victoria del Resucitado no nos oculte que el Amor le llevó a estar siempre con nosotros en el peor dolor, y a vivir como nosotros y con nosotros nuestros peores momentos.
       Por eso la celebración del Domingo de Ramos, nos invita a estar activamente con Jesús, a tomar conciencia de lo que significa su entrega, su sufrimiento y la grandeza de su amor redentor. Acompañar a Jesús para descubrir cómo servir mejor a los hermanos. Comienza la semana grande de los cristianos. La llamamos Santa por actualizar los momentos centrales de la vida de Jesús, el Santo entre los Santos. Podemos intentar que ese adjetivo, santa, se convierta en un objetivo para nuestra vida a la luz del amor de Dios que se entrega por nosotros.


† Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín

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