Comentario evangélico. Domingo IV A Pascua.

VIDA EN ABUNDANCIA

       “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Este texto con el que termina el  Evangelio de hoy, nos muestra hacia dónde nos conduce el tiempo Pascual y, a la vez, nos da la clave que debemos tener siempre en cuenta a la hora de llevar adelante cualquier acción pastoral.
       La vida en abundancia nos mueve al seguimiento radical de Cristo o a la santidad de vida. La vivencia intensa de la Pascua, que prepara el corazón de la Iglesia para recibir el don del Espíritu
Santo en Pentecostés, nos debe mover igualmente a acoger con gratitud y generosidad esa propuesta que viene del mismo Cristo: la vida plena.
       El modo de alcanzarla viene expresado de manera elocuente en los versículos anteriores. Cristo se presenta como la puerta que da acceso a la salvación,
al encuentro real y plenificante con Dios. Solo quién es consciente de la realidad que nos ofrece esta imagen comprende de verdad la impronta de la presencia del Resucitado que ha vencido definitivamente a la muerte y nos ha regalado la Vida.
       También Jesús se nos presenta como el Buen Pastor que espera que escuchemos su voz. El tema de la voz del Señor evoca algunos episodios del Antiguo Testamento en los que Dios manifiesta un especial interés en que le escuchemos: “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto” (salmo 94). No endurecer nuestro corazón ante su propuesta.
       Él es el pastor solícito que nos llama por nuestro nombre. Esa expresión de cercanía nos ayuda a percibir el deseo de mutuo conocimiento que Dios tiene respecto a cada uno de nosotros. En la cultura hebrea el nombre de una persona estaba estrechamente relacionado con el
individuo, con su presencia, carácter y personalidad. Cuando Él pronuncia nuestro nombre define lo que somos para Él. Nos conoce y nos revela lo que nos tiene preparado: la vida en abundancia. A partir de ese momento nuestra vida se convierte en respuesta ante ese reto que Dios nos propone. Y en esa apasionante tarea se basa la vida cristiana.
       La voz del Buen Pastor pronuncia el sonido único e inconfundible de la Palabra de Dios. Esta tiene un sonido totalmente distinto al de todas las visiones
del mundo, religiones o ideologías puramente humanas. De ahí debe surgir nuestro interés para percibir de verdad la Verdad: el Buen Pastor es el amor absoluto, es quien da la vida por amor a
sus ovejas. Y no existe ninguna verdad superior ni comparable a esta.
       Escuchar su voz. Entrar por su puerta. Alcanzar la vida en abundancia. Buenos propósitos para hacerlos realidad en esta cuarta semana de Pascua que estamos comenzando.

† Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín

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