Comentario evangélico. Domingo 32 A Ordinario.

LA SENSATEZ DEL AMOR
A partir de este domingo y hasta el final del año litúrgico, vamos a tener la oportunidad de escuchar durante tres semanas el capítulo 25 de San Mateo, que aparece antes del relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El capítulo comienza con la parábola de las diez vírgenes que esperan al esposo, sigue con la parábola de los talentos y concluye con la escena del juicio de las naciones.
La parábola que Jesús nos propone, describe una tradición judía.  Se trataba de acompañar a los novios desde la casa de los padres de la esposa, donde estaban las protagonistas de la parábola, hasta el hogar del esposo. Cuando este llegaba a la casa de los padres de la novia, se organizaba una procesión festiva con lámparas y cantos. Era, pues, necesario que las vírgenes o doncellas tuvieran su lámpara encendida para acompañar debidamente al esposo que llegaba.
La imagen de la luz y el tomar conciencia de que hay que mantener la lámpara encendida cala muy deprisa en la vida de la Iglesia. En los primeros años de la era cristiana al bautizado se le llamaba también “iluminado”: aquel que había sido iluminado con la luz de Cristo. Aquel que había pasado de las tinieblas del pecado a la luz admirable del amor de Dios. El cristiano era como una lámpara cuya luz debía alumbrar a todos los de la casa. Esos cristianos seguimos siendo nosotros. También nosotros tenemos la obligación de vivir con la lámpara encendida. Tenemos la gran ocasión de iluminar a este mundo que se bate entre tinieblas. Tenemos la ocasión de ayudar a tantos hermanos nuestros que no conocen a Cristo o lo conocen sólo de oídas, pero no han hecho experiencia de su amor.
Y… el esposo se hace presente. Algunas de las doncellas no tienen el aceite suficiente para cumplimentar toda la procesión. Entonces hacen una petición a las prudentes para que les den un poco, pero reciben como respuesta una negativa que resulta desconcertante. ¿Por qué no pueden compartir su aceite? La idea es clara: la sabia preparación para la llegada del esposo es un asunto personal. Cada uno somos responsables de ir preparando nuestro encuentro definitivo con Dios. Entonces no podremos intercambiar las alcuzas o pasar el aceite de una a otra. En el fondo porque el aceite representa el amor. El amor ardiente y generoso que mantiene el alma vuelta hacia Dios y hacia los hombres, nuestros hermanos. El amor que es donación de uno mismo. La capacidad de desgastarse en el servicio a los demás, evidenciando  una cuestión que resulta siempre estimulante: el amor es la única cosa en el mundo, que cuanto más se consume, más se tiene.
Aquellas mujeres prudentes estaban preparadas para la llegada del esposo. Por el contrario, las insensatas son imagen de lo que significa ir al encuentro de los últimos acontecimientos de la vida, sin estar convenientemente preparado, dejando morir en el corazón el amor primero.  El esposo quiere que todos participemos en el banquete de bodas y nos invita a estar en vela, en tensión,  para conseguirlo

+Carlos Escribano Subías, obispo de Teruel y Albarracín.

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