Comentario evangélico. Domingo 33 A Ordianrio.

HACER FRUCTIFICAR NUESTROS TALENTOS


       Caminamos hacia el final del año litúrgico. La liturgia nos va introduciendo paulatinamente en la necesidad de la vigilancia, de la espera activa, ante el regreso del Señor al final de los tiempos. En este domingo el Evangelio de San Mateo nos presenta la parábola de los talentos. Es importante observar los personajes que aparecen y el papel que a cada uno le asigna Jesús.
        El primero que entra en escena es aquel que se ausenta dejando un encargo a sus empleados: representa a Cristo mismo. El está en disposición de dejarles unos dones, unos talentos. Estos son las cualidades naturales que poseen aquellos hombres, pero al ser Cristo quien se les entrega, simbolizan también aquellos dones que el mismo Señor Jesús nos ha dejado para hacerlos fructificar: “su Palabra, depositada en el santo Evangelio; el Bautismo, que nos renueva en el Espíritu Santo; la oración —el "padrenuestro"— que elevamos a Dios como hijos unidos en el Hijo; su perdón, que nos ha ordenado llevar a todos; y el sacramento de su Cuerpo inmolado y de su Sangre derramada. En una palabra: el reino de Dios, que es él mismo, presente y vivo en medio de nosotros” (Benedicto XVI, Ángelus 16-11-2008)
         Desde esta perspectiva podemos valorar bien la reacción del Señor cuando regresa a pasar cuentas con ellos, en especial con el que no fue capaz de aportar nada nuevo. El  oyente se siente tentado a considerar justo el razonamiento del siervo e injusta, por el contrario, la pretensión del amo. Es la misma reacción que surge frente a otras parábolas; por ejemplo, en la parábola en que se habla del amo que da la misma paga a los obreros que han trabajado sólo una hora (Mt. 20, 12) o en la parábola del hijo pródigo cuando no se hace fiesta por el hijo que quedó en casa Lc. 15, 29-30).
Jesús quiebra una vez más nuestra lógica y se sitúa en la perspectiva del amor, que no sabe de cálculos, pero tampoco de miedo. Dios nos cambia el paso: por eso perdona a los pecadores, festeja la vuelta del hijo pródigo y paga a los últimos obreros como a los primeros. Y de ahí viene su exigencia a los empleados. El siervo, es decir cada uno de nosotros,  no debe poner límite a su servicio, porque el amor no tiene límites. Ni debe temer correr riesgos, porque el amor no sabe de temores. Hemos de negociar con los talentos recibidos de Dios, personalmente y como Iglesia. No importa si se han recibido muchos o pocos talentos, lo importante es que ninguno de ellos permanezca ocioso, sino que se ponga enteramente al servicio de Dios, de la Iglesia y de mis hermanos los hombres. Nadie es tan pobre que no tenga algo que dar a los demás. En este sentido, rico no es el que más tiene sino el que más da, el que ofrece lo que tiene como don para los demás. Sí; lo que Cristo nos ha dado se multiplica dándolo.
        Por eso, el cristiano no puede acobardarse ante el mundo y ante la vida, porque su ejercicio es el amor; porque su vida ha pasado de las tinieblas a la luz; él es hijo de la luz y vive en el amor y el amor es donación, el amor es valentía, el amor es entrega sincera de sí sin límites.
        “La Virgen María, que, al recibir el don más valioso, Jesús mismo, lo ofreció al mundo con inmenso amor, encarna perfectamente esta actitud del corazón. Pidámosle que nos ayude a ser "siervos buenos y fieles", para que podamos participar un día en el gozo de nuestro Señor”. (Benedicto XVI, Ángelus 16-11-2008)

+ Carlos Escribano Subías, obispo de Teruel y Albarracín

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