Comentario evangélico. Domingo II B Adviento.
VACIARSE DE UNO MISMO
La pregunta sobre la identidad de Jesús es clave para un cristiano. Esta inquietud, entre otras, guió la mano de los evangelistas. El evangelio de Marcos, que leemos hoy, pretende responder esta pregunta: ¿quién es Jesús? Desde la primera frase de su evangelio nos encontramos la respuesta. Jesús no es un profeta más, es el Hijo de Dios, es el ungido, el enviado por Dios para una misión. Y esto no es cualquier cosa, es un “evangelio” es decir, es una Buena Noticia que merece ser contada.
Marcos inicia su evangelio de esta forma tan solemne y tan esperanzadora: solo Jesucristo es la Buena Noticia. Inmediatamente después de mostrarnos quién va a ser el centro de su evangelio, Marcos pasa a presentarnos una figura singular, la de Juan el Bautista, cuya presencia nos va a acompañar durante este segundo domingo de Adviento. Juan, es el hijo de Zacarías e Isabel. Es el último profeta del Antiguo Testamento, por eso, su misión es colocada por Marcos bajo el signo de la profecía de Isaías. Juan será también el primer profeta de los tiempos nuevos, de la nueva alianza, pues él, un hombre austero, que predica en el desierto, es llamado por Dios para que
prepare la venida del Señor. Sí, Juan el Bautista es un profeta singular porque está a caballo entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. En los nuevos tiempos, Jesús mismo le tendrá en gran estima, se dejará bautizar por él y lo pondrá de ejemplo a los suyos (Mt 11,11).
Dos veces la profecía de Isaías insistirá en la necesidad de preparar el camino. Pero, ¿en qué consiste exactamente esa preparación? El contenido de la predicación de Juan nos dará la respuesta, pues él predica la conversión y el bautismo para el perdón de los pecados. Entonces entendemos que, una forma de preparar el camino al Señor es realizar este ejercicio personal de conversión. Además, leyendo las palabras del propio Juan podríamos decir que uno de los frutos de esa conversión, que él mismo predicaba, es la humildad. El texto de hoy acaba como había
empezado: reconociendo a Jesús. Esta vez va a ser gracias a las palabras del propio Juan. Reconoce ante el pueblo, con gran humildad, que él no es el esperado, ni el Mesías, ni el ungido. La imagen de las sandalias es suficientemente gráfica. El desatar las sandalias a otra persona ya implica que te tienes que agachar ante ella, con lo que eso implica. Juan ni siquiera piensa ser digno de agacharse ante el Señor. Juan, sólo es un profeta. Que ha cumplido la misión que Dios le ha encargado: la de preparar el camino. Y que ante Jesús solo puede retirarse, pasar a un lugar más discreto, sin hacer ruido, con humildad, sin buscar ningún reconocimiento. Porque Juan, sólo es un servidor de Aquél que es más grande y que bautizará no con agua sino con la fuerza de lo alto. Nada importante en la vida se improvisa, hay que prepararse. Ésta puede ser una forma: vaciarse de uno mismo para llenarse de Dios que viene.
Rubén Ruiz Silleras.