Comentario evangélico. Domingo 6 B Ordinario.
“Sí, confío plenamente en Ti”
Si observáramos esta escena desde la mirada rigorista de los fariseos tendríamos que concluir que Jesús y el leproso transgreden la Ley. Los leprosos tenían prohibido acercarse a las personas consideradas “sanas”. Y éstas últimas tenían prohibido acercarse y tocar a los leprosos. Sin embargo, leyendo este evangelio con los ojos de la fe nos encontramos con una entrañable escena. Un hombre anónimo, que padece una de las enfermedades más horribles: la lepra. Además, ser leproso, en tiempos de Jesús, era sinónimo de ser un marginado. Basta leer los capítulos 13 y 14 del Levítico para hacerse una idea del desgraciado destino que esperaba a estos hombres. Pero este leproso habría oído hablar de Jesús. Habría escuchado que Jesús era el Mesías, el enviado de Dios para liberar a los hombres de su sufrimiento. Este leproso no lo dudó. Puso su confianza en Jesús. Toda. Hasta el punto de violar lo que la ley prescribía, se acercó a Él y arrodillado le suplicó que le curara.
Por otro lado está Jesús, que al oír la súplica del leproso “sintió lástima”. Entre nosotros la expresión “sentir lástima” suele tener un sentido despectivo. No es éste el sentimiento de Jesús. De hecho el verbo griego “splagchnizomai” en su sentido original significa: compadecerse, tener compasión; algo muy distinto y de claro sentido positivo. Esto es lo que siente Jesús, se le conmueven las entrañas ante el hombre que tiene arrodillado delante de Él. Por eso lo toca con su mano para demostrar que Él está por encima de la Ley y para expresarle así su cariño y cercanía. Y pronuncia la palabra salvadora: “Quiero, queda limpio”.
A continuación Jesús le manda que vaya a presentarse a los sacerdotes para que testimonien su curación. Nos puede extrañar la segunda orden: “No se lo digas a nadie”. ¿Por qué Jesús impone el silencio? No lo hará solo con este leproso, lo hará en numerosas ocasiones. Jesús está al inicio de su ministerio, todavía no ha podido darse una compresión plena de su identidad. Solamente puede haber una confesión plena del Misterio de Jesús después de la Cruz y la efusión del Espíritu Santo. Jesús no quiere que se predique de Él que es un hombre que hace milagros, que es un Mesías revolucionario… No, Jesús es otra cosa. Es el Hijo de Dios, que tiene que pasar por la cruz. Por eso Jesús impone el silencio al leproso.
Pero el leproso no puede callar. Podemos imaginar que este hombre no quería desairar ni desobedecer a Jesús. Es un hombre sanado, agradecido, que de esta manera quiere devolver algo de lo mucho que había recibido de Jesús.
Nadie nos va a obligar a ponernos delante de Jesús. Pero, si queremos, Él nos va a estar esperando para que le digamos de qué necesitamos ser curados. Y aunque no tengamos todas las respuestas, ¡qué bonito sería que luego, vayamos y contemos a los demás las maravillas que Dios ha realizado en nuestras vidas!
Rubén Ruiz Silleras.