Comentario evangélico. Domingo 2 B Cuaresma.
Domingo II de Cuaresma, 4 de marzo de 2012. Marcos 9,1-9. Ciclo B.
“Este es mi hijo amado, escuchadle”
No es la primera vez que Jesús se retira a un lugar solitario. No buscar aislarse de la multitud, busca la quietud necesaria para entrar en oración. Jesús sabe que la oración es la columna que sustenta toda su predicación y actividad diaria. En el evangelio de hoy Jesús llama a tres de sus discípulos para que le acompañen en la oración. El que entra en la escuela de Jesús tiene que aprender de Él, no solamente cuando Jesús predica, sino también cuando Jesús ora. Seguro que Jesús no quería que los suyos olvidaran nunca esta lección.
Es cierto que la oración que hoy nos relata Marcos es muy especial. No se produce en el llano, sino sobre una montaña, lugar de especial encuentro con Dios. Con todo, no es el lugar donde se desarrolla esta oración lo que la convierte en especial, sino lo que allí acontece. Es la conocida escena de la Transfiguración de Jesús. Esta escena de la transfiguración es una escena de fe. Se trata de una experiencia única e irrepetible que, tres de los discípulos, pudieron contemplar. Aquí, en la cima del monte asistimos a una Revelación luminosa de la identidad profunda de Jesús: Él no es ni Moisés ni Elías, aun siendo ellos tan grandes como fueron, no pueden igualar la condición divina de Jesús.
Y con todo, el elemento central de este evangelio es, sin duda alguna, las propias palabras de Dios Padre que expresan la verdad fundamental sobre Jesús: “es mi hijo amado”. Ya no hay lugar a dudas, los discípulos ya saben a quién están siguiendo y por quien se van a jugar la vida. Una afirmación así de importante la habíamos escuchado ya en la escena del Bautismo de Jesús. Pero en la escena de hoy se añade un verbo clave que no había aparecido hasta ahora: “escuchadle”. Esta es la condición obligada para cualquier discípulo de Jesús, escucharle.
Esta experiencia debió ser para los discípulos un momento de asombro, de gracia y de profunda intimidad con Jesús. Desde aquí entendemos la expresión de Pedro: “¡qué bien se está aquí!” Pero la misión de Jesús no se puede detener. Por eso les invitó a bajar del monte. Y les pidió silencio, que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que se consumara su resurrección de entre los muertos. Pedro, Santiago y Juan no entendieron bien el significado preciso de aquellas palabras. Acaso Jesús quería evitar, una vez más, que dieran una interpretación errada de su misión, sólo en clave de gloria y triunfo, como acababan de ver en el monte. Nosotros sabemos, y también los apóstoles lo comprenderían más tarde, que no hay resurrección sin pasión.
En este segundo domingo de Cuaresma el evangelio nos invita a que miremos a Jesús, a que encontremos en Él nuestro ánimo y nuestra esperanza, a que le escuchemos.
Escucharte a Ti, Señor. Deseamos que Tu Palabra siga colmando de sentido nuestra vida, con la misma fuerza que el sol radiante del mediodía ilumina toda oscuridad.
Rubén Ruiz Silleras.