Comentario evangélico. Domingo de Resurrección B.

Domingo de Pascua,  8 de abril de 2012.  Juan 20,1-9.  Ciclo B.

Corred: hay que anunciarlo
       En esta mañana solemne de la Pascua contemplamos el relato del sepulcro vacío tal y como nos lo cuenta el evangelista Juan.  La realidad del sepulcro vacío, no es sin más una prueba de la resurrección del Señor.  No, no es una prueba porque el hecho tan extraordinario de la resurrección no se puede “probar”,  como sí se puede hacer con las leyes de la física.  La resurrección de Jesús es un misterio de fe, que no se explica, se cree.  Este relato del sepulcro vacío podríamos definirlo más bien como un “signo” del poder de Dios que, en un acto de amor, ha arrancado a su Hijo de la muerte y lo ha glorificado a su derecha.
        Veamos el texto con detenimiento. Un personaje principal, Cristo, del que se habla pero que ya no está entre nosotros: ha resucitado.  Ésta es la verdadera noticia y la verdadera clave de este evangelio y de toda la vida cristiana.
Tres personajes secundarios: María Magdalena que todavía no sabía que su Señor había resucitado, pero el cariño que le tenía le hace ir al sepulcro muy de mañana, para velar su cuerpo. Para ella, el sepulcro vacío, en este momento es una mala señal. El dolor por la muerte de alguien tan querido se  truncaría en incomprensión e indignación: ¿quién ha podido robar el cuerpo de Jesús? Ella rápidamente va a contar lo que ha visto a los otros dos personajes: Pedro y el discípulo a quien Jesús tanto quería (posiblemente se trata del propio apóstol y evangelista Juan, que evita nombrarse así mismo) no lo dudan un instante. Parten rápidamente hacia el sepulcro para verificar el testimonio de María.  Una vez allí, entran en el sepulcro y comprueban que no se trata de un robo.  Unos ladrones no se habrían molestado en enrollar el sudario y dejarlo cuidadosamente en un sitio aparte.  No, afortunadamente, aquí quien ha actuado ha sido el poder de Dios.  Solo Dios puede sacar vida de la muerte.   Así le pasó al discípulo amado: “vio y creyó”.  En este momento, ante la contemplación del sepulcro vacío, se les iluminó la mente y el corazón y recordaron todas las veces que Jesús, en su ministerio terrestre les había advertido que Él moriría sí, pero que resucitaría de entre los muertos y siempre ya estaría con ellos.
        Hay un verbo que aparece tres veces en este texto. Es el verbo: “correr”. María correrá para dar aviso que se han llevado a Jesús. Los dos apóstoles correrán para ir al sepulcro.  Este evangelio no nos relata qué sucedió cuando al final comprendieron que el sepulcro vacío era un signo de la Resurrección del Señor. Podemos imaginar fácilmente que volvieron a emplear este verbo: corrieron para ir a contar a sus amigos esta buena, e inigualable noticia: Cristo está vivo, como Él nos había prometido.  Vayamos también nosotros. Corramos y contémoslo. Que la luz de la Resurrección de Cristo ilumine todos los rincones de nuestro mundo.  ¡Feliz Pascua a todos!

Rubén Ruiz Silleras.

 

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