Comentario Evangélico. Corpus Christi B.
Domingo del Corpus Christi, 10 de junio de 2012. Marcos 14,12-16.22-26. Ciclo B.
Recibir la vida para Distribuirla.
En tiempos de Jesús la fiesta de la Pascua era la principal de las fiestas que se celebraban en Jerusalén, en torno al Templo. Durante esos días la ciudad se llenaba de peregrinos venidos de todas partes para celebrar la Pascua. En ella se conmemoraba la intervención liberadora de Dios cuando el pueblo estaba sometido y esclavizado en Egipto. Por eso en esta fiesta se sacrificaba un cordero, en memorial de aquella sangre de los corderos con la que los israelitas rociaron las jambas de sus puertas en Egipto y así quedaron libres del castigo al cual Dios sometió a los egipcios. En la fiesta de la Pascua también se comían panes ázimos (sin levadura) en memoria de la salida apresurada de los israelitas de Egipto donde debieron preparar alimentos apresuradamente para la travesía por el desierto.
Jesús es judío y se dispone a celebrar, igual que hacía su pueblo, esta fiesta. Las instrucciones tan precisas que Jesús da a sus discípulos para los preparativos de esta fiesta llaman la atención, pero no podemos explicarlas exactamente. En cualquier caso, tratándose de una fiesta tan importante no es de extrañar que Jesús hubiera querido elegir un escenario bien preciso para esta cena de la Pascua, cuánto más tratándose de la última vez que se iba a sentar a la mesa para celebrar esta cena con los suyos.
Si bien lo importante de este evangelio no son los momentos previos, sino lo que sucede a continuación, cuando la cena se está desarrollando. En este marco privilegiado Jesús va a establecer la definitiva Pascua: el paso de Dios por la vida y la historia de los hombres quedará representado eficazmente en los signos materiales del pan y del vino. Efectivamente, el cuerpo y la sangre del Señor son las señales de la nueva Alianza. El signo de la Antigua Alianza era la sangre de los corderos inocentes que se ofrecía a Dios por los sacerdotes para atraer su favor. Pero estos sacrificios de animales eran ineficaces, porque no conseguían lo que pretendían. Así, se tenían que repetir una y otra vez. En cambio el sacrificio de Cristo, su sangre derramada por todos, sí que ha conseguido definitivamente sellar esta alianza de amor que Dios desde la Creación quiso establecer con la humanidad.
Jesús bendice el pan y el vino, da gracias a Dios dejando en evidencia que todos los dones tienen su origen en la bondad de Dios. Y a continuación distribuye a los suyos su cuerpo y su sangre. Esta es la Eucaristía. Por eso hoy celebramos el Corpus Christi. En el pan y el vino consagrado recibimos al Señor, recibimos la vida. Éste es un auténtico paso de Dios por nuestra vida, un auténtico regalo.
Hoy es el día de la Caridad. Somos invitados a ayudar a nuestros hermanos más necesitados, los que lo están pasando tan mal. Recibimos a Cristo, recibimos la vida, para compartirla, para dar vida a los que han perdido toda esperanza.
Rubén Ruiz Silleras.