Encontrar el camino para volver al Señor. (4-3-2016)

ENCONTRAR EL CAMINO PARA VOLVER AL SEÑOR           

     Queridos hermanos en el Señor:      

     Os deseo gracia y paz.        

     Durante el viernes y el sábado anteriores al IV domingo de Cuaresma, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización nos propone participar en la iniciativa “24 horas para el Señor”.     

      El Papa Francisco afirma en la Bula “Misericordiae vultus”: “Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen reencontrar el camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa oración y redescubrir el sentido de la propia vida”.      

     El Santo Padre añade: “De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia” (MV 17).      

     San Juan XXIII tenía la costumbre de confesarse con regularidad y delicadeza. Siendo obispo, durante los breves periodos de vacaciones que pasaba en su pueblo natal, se confesaba con el párroco todos los viernes a las tres de la tarde, en recuerdo de la muerte del Señor. También hemos visto imágenes del Papa Francisco confesándose.      

     ¿Por qué no valoramos la posibilidad de reencontrar el camino para volver al Señor? ¿Cuáles son las principales dificultades para confesarnos? Entre otras, destaco las tres siguientes:      

      1) Hay ocasiones en las que sentimos vergüenza por nuestra condición de pecadores y nos resistimos a recibir la absolución sacramental. La vergüenza, ciertamente, nos previene de cometer errores. Es como una señal de alerta que impide que nos dejemos llevar por un sendero equivocado. Pero, una vez que reconocemos nuestra fragilidad, la vergüenza no debe ser obstáculo para invocar ayuda y suplicar perdón. El confesor está llamado a “ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia” (MV 17).      

       2) Nos inquieta ser reincidentes, casi monótonos. No apreciamos síntomas de mejora en nuestro carácter, en nuestras costumbres, en nuestras actitudes. Da la sensación de que repetimos un catálogo de defectos que se incrustan en nuestra piel como una segunda naturaleza. El confesor participa de la misma misión de Jesús: “ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva” (MV 17). Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir y recibir consuelo y aliento. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites.      

       3) No valoramos de modo suficiente la mediación eclesial. Nos decimos: ¿Confesarme con un hombre, con sus limitaciones y defectos, como yo? El sacerdote es testigo del pecado que nos condiciona, pero también es instrumento de la potencia de la gracia que nos transforma. Dios ha elegido el camino de la encarnación, ha asumido nuestra condición humana para hacerla partícipe de un caudal de vida divina. En la Iglesia, y mediante la Iglesia, Jesucristo sigue salvando a cada persona y acogiéndola en su misterio de muerte y resurrección. La Iglesia es signo e instrumento de reconciliación.      

      Volvamos al Señor y redescubramos el sentido de nuestra propia vida.            

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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