Comentario evangélico. Domingo de Resurrección C.

Domingo de Resurrección, 31 de marzo de 2013. Ciclo C, Juan 20,1-9.

¡El Señor ha resucitado!

       María Magdalena corre. Los dos discípulos corren, uno incluso más que el otro.   La primera corre porque tiene que anunciar una noticia desastrosa: alguien se había llevado el cuerpo de Jesús, pues la piedra del sepulcro estaba movida.   Pedro y el discípulo amado [se piensa que éste sea el propio apóstol Juan que evita nombrarse en primera persona pues él es el narrador] corren también hacia el sepulcro para verificar este anuncio de María.  
      El discípulo que acompañaba a Pedro llegó primero al sepulcro pero en un signo de respeto y cariño hacia Pedro no entró, le esperó para que él entrara primero [el papel de Pedro como responsable de la comunidad cristiana tiene su origen en la misma voluntad del Señor Mt 16,18-19].  Una vez dentro lo encontraron tal y como les había anunciado María, la piedra movida y el sepulcro vacío, sin el cuerpo de Jesús.  El sudario con el que habían cubierto a Jesús estaba enrollado, en un sitio aparte.  Ningún ladrón es tan cuidadoso para perder el tiempo enrollando el sudario. Lo que había sucedido en ese sepulcro era otra cosa muy distinta: Jesús había resucitado como Él mismo lo había anunciado.  El sepulcro vacío no es sin más la prueba de la resurrección.  No creyeron en la resurrección porque no vieron el cuerpo de Jesús.  Creyeron en la resurrección por la fe, solo por la fe grande que habían depositado en la persona de Jesús. El mismo evangelista nos dice al final del texto cómo el testimonio más perfecto que avalaba y fundamentaba la resurrección estaba en las Escrituras. Citemos uno solo de esas anuncios que Jesús les había dirigido: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días” (Marcos 8,31).  En el mismo sentido podemos leer los textos de Mt 16,21; Mc 9,10 y Lc 9,22 y 24,26.  De nuevo es la propia palabra de Jesús la clave para la correcta compresión de lo sucedido.  Sí, Jesús ha resucitado.  El texto solo nos dice del discípulo a quien tanto quería Jesús que “vió y creyó”. Aunque, naturalmente, debemos extender estos verbos también a Pedro; sucede que una característica del cuarto evangelio es la atención prestada a este discípulo amado. La frase siguiente ya pone los verbos en plural, indicándonos así cómo también Pedro “vió y creyó”.   Pues si antes los dos no habían entendido la Escritura, ahora, dentro del sepulcro e iluminados por la fe, ambos han entendido.
     La oscuridad del inicio de esta escena, cuando María iba muy de mañana al sepulcro, se ha transformado ahora en la luz brillante del mediodía: ¡Jesús está vivo tal y como nos había dicho!  Es necesario ahora que también nosotros corramos para anunciarlo a los demás, a todos.  No quedarse en casa, sentados, por favor.  ¡Corred! ¡Cristo ha resucitado!


Rubén Ruiz Silleras.

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