Comentario evangélico. Domingo 2 Ordinario, ciclo B.

       No sirve que te lo cuenten. Tu curiosidad no quedará satisfecha con un documental, aunque sea del National Geographic. Si estás en búsqueda y alguien te señala al Cordero de Dios, tendrás que ir y quedarte con él. Tu vida cambiará, incluso puede que cambie tu nombre. Y siempre recordarás ese encuentro.
      Tras la celebración del Bautismo del Señor y después de recordar que tú también estás bautizado, llega el momento de comenzar el camino. Cuidado, no te confundas, el camino es Jesús y caminar, adentrarse en el misterio de su Pascua. Jesús, el Cristo, te mira y pasa a tu lado. Te pide que entres y te recuerda “yo soy la puerta”. Entra en él, en los designios de su corazón, conócelo y empápate de su vida. Eres de la familia, su historia es tu historia, vívela.
      De lo que te estoy hablando, a la luz del fragmento del Evangelio proclamado este domingo, es de que sigas viviendo -empieces a vivir- el modo común de contacto de los bautizados con Jesús: la liturgia y, desde ella, la espiritualidad litúrgica, que no es otra cosa que “ir traduciendo en la vida el misterio pascual” (al menos así la definía
aquel monje de Silos). A nosotros nos toca ver “dónde vivía” y quedarnos siempre con él. Y esto es en sentido propio ser almas de eucaristía. ¿Dónde encontrarlo? En la eucaristía, ya sea en la celebración, ya sea en la reserva. O mejor dicho, en las dos: en la misa y en el sagrario. Tanto la celebración de la sagrada eucaristía, como la adoración eucarística -personal o comunitaria conllevan la escucha de la palabra. En la misa, comunitariamente, escuchamos la palabra proclamada. En la adoración, podemos contemplar la palabra, pensando, creyendo, sabiendo que Jesús sacramentado te está mirando cuando le miras y te está hablando cuando lees los Evangelios.
      Alguno puede poner objeciones: ¿y los pobres? No te encontrarás con Cristo en los hermanos que sufren si no te has encontrado con él y has comulgado su cuerpo y su palabra, que te dicen “entrégate a ellos, como yo me he entregado a ti”. Aunque puede ser que alguien que no ha conocido a Cristo, por el trato servicial y amoroso con los pobres, sienta una llamada a buscarlo. Esto también es una gracia.
      Si la semana pasada te hablaba de los misterios de luz del santo rosario, hoy te digo que con María podrás prepararte mejor para encontrarte con Cristo en el santo sacrificio de la eucaristía, dar gracias por la comunión de su presencia viva y adorar en esos momentos de quietud ante el sagrario, sin los que ni tú ni yo podríamos mantener viva la fe.


José Antonio Calvo Gracia

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