Vivir la Cuaresma (10-2-2013)
VIVIR LA CUARESMA
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz. El Tiempo Ordinario de este año litúrgico se interrumpe con la llegada del miércoles de Ceniza, que nos introduce en la gran experiencia de la Cuaresma.
La conversión del corazón a Dios es la dimensión fundamental del tiempo de gracia que vamos a comenzar. Cuaresma es un itinerario litúrgico y espiritual en el que destacan tres prácticas fundamentales, que nos ayudan a realizar una auténtica renovación interior y comunitaria: la limosna, la oración y el ayuno.
Las obras de caridad, la plegaria asidua y la penitencia producen abundantes frutos. La limosna ha de ser discreta, oculta, humilde, generosa. Es preciso que la oración sea perseverante, vigilante, sincera, fervorosa, profunda. El ayuno cristiano es siempre fraterno y solidario, y nos permite vivir con gozo la sobriedad como estilo de vida, y el compartir nuestros bienes como distintivo de nuestra adhesión al Señor.
La Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno y oración que el Señor vivió en el desierto antes de comenzar su misión pública. Lo mismo que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley, o que Elías antes de encontrar a Dios en el monte Horeb, Jesús oró y ayunó prolongadamente.
San Juan Crisóstomo escribió: “Del mismo modo que, al final del invierno, cuando vuelve la primavera, el navegante arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas y entrena su caballo para el combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino fortalecido se dispone al largo viaje y el atleta se despoja de sus vestiduras y se prepara para la competición; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al volver una primavera espiritual, limpiamos las armas como los soldados; afilamos la hoz como los agricultores; como los marineros disponemos la nave de nuestro espíritu para afrontar las olas de las pasiones absurdas; como peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y como atletas nos preparamos para la competición despojándonos de todo” (Homilías al pueblo de Antioquía, 3).
Entramos en un austero clima cuaresmal que nos permite redescubrir, agradecer y vivir el don de la fe que recibimos con el Bautismo y nos impulsa a acercarnos al sacramento de la Reconciliación, situando nuestro esfuerzo de conversión bajo el signo de la misericordia divina.
En la Cuaresma profundizamos en el sentido profundo del sacramento de la Eucaristía para destacar su relación con el amor cristiano, tanto respecto a Dios como al prójimo. En la Eucaristía Jesús no da “algo”, sino que se da a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega toda su vida manifestando la fuente originaria del amor divino. De la Eucaristía brota el servicio de la caridad para con el prójimo.
Toda la Cuaresma es un camino hacia el encuentro con Cristo, hacia la inmersión en Cristo y a la renovación de la vida en Cristo. Todo ello es consecuencia de la acción del Padre en nosotros, a través del Espíritu Santo.
La Cuaresma nos invita a un entrenamiento espiritual para crecer en la caridad y en el anuncio y testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera.
Hemos de vivir la Cuaresma del Año de la fe como “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (Porta fidei, 6).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca