La Ascensión del Señor (12-5-2013).
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
San Lucas presenta el acontecimiento de la Ascensión dos veces: en los Hechos de los Apóstoles, de modo más detallado, y al final de su evangelio.
En los Hechos de los Apóstoles los discípulos están preocupados todavía por la restauración del reino de Israel. Le preguntan a Jesús: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Jesús les responde que no les corresponde a ellos conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido. Pero les promete la fuerza del Espíritu Santo, que bajará sobre ellos y les hará ser testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”. La perspectiva se ensancha de una manera impresionante: en vez de la restauración de Israel, se trata de ser testigos de Cristo resucitado hasta los confines del mundo. De este modo, gracias a la fuerza y a la luz del Espíritu Santo, los apóstoles asumirán la tarea extraordinaria de propagar la fe en Cristo entre todos los pueblos.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Los apóstoles se quedan mirando al cielo como encantados. Pero dos ángeles les dicen: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”. No es éste el momento de mirar al cielo, sino de llevar a cabo la obra apostólica, de trabajar en la tierra para propagar la fe en Jesús y, con ella, la esperanza y la caridad. La Ascensión no es para nosotros únicamente el fundamento de nuestra esperanza de reunirnos al final con Cristo en el cielo, sino un estímulo para trabajar en la transformación del mundo según el plan de Dios.
En el evangelio de San Lucas encontramos también una perspectiva universal. Jesús resucitado comunica a sus discípulos que “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”. Esto será posible gracias al Espíritu Santo prometido por el Padre. Afirma Jesús: “Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”.
La Ascensión introduce en nosotros un fuerte dinamismo de esperanza y, al mismo tiempo, de laboriosidad apostólica. Debemos acoger la fuerza que se manifiesta en la Ascensión de Jesús, para transformar la vida a nuestro alrededor y preparar así el retorno del Señor. La Ascensión no es un marcharse que produce una ausencia, sino la inauguración de un nuevo modo de presencia. Con la Ascensión Jesús no se ha alejado, no se ha ausentado, sino que, por el contrario, se ha establecido para siempre en medio de nosotros a través de su Espíritu. La Ascensión no es un viaje de regreso, un adiós, una desaparición, sino el comienzo de su estar presente más íntimo, no fuera, sino dentro de nosotros. Sucede como con la Eucaristía: mientras que la Sagrada Forma está fuera de nosotros, la vemos, la adoramos; cuando la recibimos y comulgamos ya no la vemos con los ojos, pero está dentro de nosotros. Se ha inaugurado una presencia nueva y más dinámica.
La Ascensión es una intensificación de la presencia de Cristo. No establece distancias entre el cielo y la tierra, sino que asegura establemente la comunicación entre cielo y tierra.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca