Santísima Trinidad (26-5-2013)

SANTÍSIMA TRINIDAD

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      El sacerdote nos suele saludar al comienzo de la Eucaristía con una expresión tomada del final de la segunda carta de San Pablo a los Corintios: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (cf. 2 Cor 13,13).      

      La Eucaristía comienza con estas palabras: “en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Es una expresión con la que solemos comenzar cada jornada y muchas de nuestras actividades. También concluimos muchas de nuestras obras con esta invocación.       La vida cristiana se desarrolla totalmente bajo el signo y en presencia de la Trinidad. En la aurora de la vida, fuimos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”; y al final, junto a nuestra cabecera, se recitarán las palabras: “Marcha, oh alma cristiana de este mundo, en el nombre de Dios, el Padre omnipotente que te ha creado, en el nombre de Jesucristo que te ha redimido, y en el nombre del Espíritu Santo que te santifica”.      

       Entre estos dos momentos extremos, se sitúan muchos otros que, para los cristianos, están marcados por la invocación de la Trinidad. Comenzamos la celebración de los sacramentos “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”; invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo al terminar cada salmo en la Liturgia de las Horas; creemos en el Dios Uno y Trino en la profesión de fe; el sacerdote nos da la absolución “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”; en el nombre el Dios Uno y Trino los esposos se unen en matrimonio y los sacerdotes son ordenados por el obispo; al concluir la Eucaristía el sacerdote nos envía “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.      

        Es equivocado pensar que la Trinidad es un misterio remoto, objeto exclusivo de la especulación de los teólogos. Puesto que hemos sido creados a imagen del Dios Uno y Trino, llevamos impresa su huella en nuestro interior, y nuestra vocación consiste en realizar la misma síntesis sublime de unidad y diversidad.       

        El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es la fuente de todos los misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Se nos invita a contemplar, por decirlo así, el Corazón de Dios, su realidad más profunda, que es la de ser Unidad en la Trinidad, suma y profunda comunión de amor y de vida.      

        Nuestra mirada se dirige hacia la realidad de amor contenida en este primer y supremo misterio de nuestra fe. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno, porque Dios es amor, y el amor es la fuerza vivificante absoluta. El Padre da todo al Hijo; el Hijo recibe todo del Padre con agradecimiento; y el Espíritu Santo es como el fruto de este amor recíproco del Padre y del Hijo. Dios es amor, comunión entre el Padre que ama, el Hijo que es amado y el amor que les une, que es el Espíritu Santo.      

          En la solemnidad de la Santísima Trinidad experimentamos asombro y admiración, gratitud y alabanza, y también responsabilidad, porque el Señor nos dice: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,19-20).

           Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

 

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

We use cookies
Este portal web únicamente utiliza cookies propias con finalidad técnica, no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios sin su conocimiento. Sin embargo, contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas este portal web que usted podrá decidir si acepta o no cuando acceda a ellos.