Durmieron en la esperanza de la resurrección. (27-10-2013)

DURMIERON EN LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

       Durante los primeros días del mes de noviembre nuestro pensamiento se dirige a todos los hermanos que nos han precedido en la gran meta de la eternidad. Estamos invitados a reanudar con ellos, en lo íntimo del corazón, el diálogo que la muerte no debe interrumpir.      

        Ellos vuelven a la memoria del corazón de cada uno. Así se forma una admirable asamblea, en la que recordamos a los difuntos, y con ellos consolidamos los vínculos de una comunión más fuerte que la muerte.      

         1) Nuestro recuerdo es orante. Le pedimos al Señor que se acuerde de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en su misericordia.  Nuestros hermanos difuntos también han participado de la fragilidad propia de todo ser humano. Por ello sentimos el deber -que es a la vez una necesidad del corazón- de ofrecerles la ayuda afectuosa de nuestra oración, para que cualquier eventual residuo de debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea definitivamente borrado. Con esta intención oramos, especialmente, en la Eucaristía por todos los fieles difuntos que nos han precedido en el encuentro definitivo con el Padre y han vivido bajo el signo de la fe.      

       2) Nuestro recuerdo es agradecido. Reconocemos que hubo muchas palabras de gratitud que, en su momento, no supimos pronunciar; muchos gestos de proximidad que no llegamos a expresar; muchos momentos de convivencia que no logramos realizar; muchas caricias que no nos atrevimos a manifestar; muchos ratos de silencio que no conseguimos mantener; muchos instantes de escucha que no pudimos disfrutar.  Nuestra gratitud supera el límite del tiempo y del espacio para expresar todo lo que quedó por hacer, por decir, por sentir, por celebrar y por vivir.      

       3) Nuestro recuerdo es esperanzado. Escribía Tertuliano: “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella”. La esperanza se basa en una comunión real, no ilusoria. Garantizada por Cristo, el cual ha querido vivir en su carne la experiencia de nuestra muerte, para triunfar sobre ella con el acontecimiento prodigioso de la resurrección. El motivo esencial de nuestra esperanza es que, si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él.  En la muerte, Dios llama a la persona hacia sí. La liturgia de la Iglesia expresa, de modo privilegiado, la visión cristiana de la muerte: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma”.   Los difuntos “viven con Cristo”, después de haber sido sepultados con Él en la muerte. Para ellos el tiempo de la prueba ha concluido. Por esto, a pesar de la sombra de tristeza provocada por la nostalgia de su presencia visible, nos alegramos al saber que han llegado ya a la serenidad de la meta definitiva. 

       Creer en la resurrección de los muertos es un elemento esencial de la fe cristiana. Así lo hemos de vivir, de un modo más intenso, en el Año de la Fe. Ser testigos de Cristo es ser testigos de su resurrección. Es aceptar, creer, celebrar, vivir prendidos de su persona que nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25).

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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