En Él vivimos, nos movemos y existimos (10-11-2013).
EN ÉL VIVIMOS, NOS MOVEMOS Y EXISTIMOS
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
El hombre tiene necesidad de Dios. El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios. En cada persona hay un ansia de infinito, de verdad, de belleza, de bondad, de amor, que no se puede eludir ni extirpar.
Nos llega el eco de la presencia de Dios a través de numerosas obras arquitectónicas, escultóricas o pictóricas; sentimos su cercanía en las composiciones musicales, en el patrimonio documental, reflejo de la historia y constancia de un presente que se abre esperanzado hacia el futuro. Dios nos sale al encuentro en los sacramentos. Dios se hace manifiesto en las encrucijadas de los caminos, en la vida común, en la belleza del paisaje, en los fenómenos de la naturaleza, en los gestos de generosidad de los ancianos, en el sacrificio de los padres, en el altruismo de los jóvenes, en la transparencia de corazón de los niños.
Como cristianos somos testigos de la presencia del Dios vivo, y nuestro deseo es que el Dios viviente entre en nuestro mundo, oscuro y frío, para llenarlo con su luz y su calor.
Los cristianos somos peregrinos, no hemos alcanzado todavía la meta definitiva, pero contemplamos un horizonte, distinguimos una meta y caminamos acompañados por una presencia que nos envuelve, nos estimula y nos protege. En el Señor “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Escuchamos su palabra escrita que se convierte en Escritura Sagrada, que condensa la historia de la salvación, descrita como proceso de amor infinito y de misericordia entrañable.
La fe procede de la escucha. La fe surge cuando nuestros oídos prestan atención a Dios que quiere revelarse a sí mismo y nos comunica su proyecto de amor. La fe se hace realidad cuando escuchamos a Dios que nos habla como amigo. Y esa palabra ha sido recibida, custodiada, vivida, celebrada y transmitida en el seno de la Iglesia, nuestra madre.
También descubrimos el rostro humanado y sufriente de Dios en la angustia de quien padece en el cuerpo o en el espíritu, en la inquietud del enfermo, en la desazón del parado, en la soledad del anciano, en el corazón abierto y desagarrado de quien ha perdido a un ser querido, en el hambriento que busca saciarse de pan y de sentido, en el sediento que aspira a calmar su sede física y de justicia, en el encarcelado que sueña con la libertad, en el forastero que anhela ser considerado como ser humano digno y hermano.
El beato Juan Pablo II nos convocaba a una nueva evangelización, nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones. El nuevo ardor se refiere, principalmente, a las personas, a los testigos, a los agentes de pastoral, que estamos llamados a asumir el compromiso de nuestra específica vocación. Los nuevos métodos indican una renovación de los medios y modos de hacer llegar el mensaje cristiano a las personas de hoy. Las nuevas expresiones se refieren a la presentación de los contenidos que, siendo en sí mismos inmutables, requieren un lenguaje conceptual y unas motivaciones capaces de llegar a la situación concreta de las personas.
El Señor nos redimió pasando por el angosto desfiladero del sufrimiento y de la muerte. Su pasión de amor nos ha salvado. Y nos llama para que seamos nuevos evangelizadores que colaboremos en la verdadera transformación que necesita el mundo actual, para que seamos constructores de la civilización del amor.
Y sabemos que donde hay amor, allí está Dios.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca