"Que la Palabra del Señor es sincera" -Sal 33 (32),4- (6-4-2014)
“QUE LA PALABRA DEL SEÑOR ES SINCERA” (Sal 33 [32],4)
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Cuando dedicamos un tiempo más prolongado, en un espacio más recogido, a orar con los salmos descubrimos un manantial de luz, un caudal de agua viva, un hontanar de esperanza. La Cuaresma es un tiempo propicio para sentir el hondo latido de los salmos.
Os propongo que recitemos juntos el Salmo 33 de la Biblia, que aparece en la liturgia con el número 32, reconocido como un himno al Dios fuerte y bueno. Leamos despacio, asimilando cada palabra. Comienza con una invitación: “Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos” (v. 1). Tal vez nosotros no nos sentimos dignos de ser calificados como “justos” y “buenos”. Posiblemente hemos transitado por senderos equivocados y nos cuesta crecer en bondad. Pero el salmista insiste: “dad gracias al Señor”, “tocad en su honor”, “cantadle un cántico nuevo” (vv. 2-3). El cántico nuevo solamente podrá ser entonado por personas renovadas, por quienes han dejado que el Señor actúe en sus vidas y cambie sus valores, sus criterios, sus expectativas, su horizonte. Además, el cántico siempre será nuevo porque el Señor nos da constantemente motivos para que le aclamemos, toquemos en su honor y le cantemos. El cántico nuevo va acompañado por los instrumentos de las buenas obras.
De repente, la mirada se desplaza desde nosotros hasta Dios: “Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra” (vv. 4-5). En medio de un mundo confundido en el que abundan las palabras efímeras y engañosas, inmersos en la multitud de acciones poliédricas, que tienen mucho de amor propio, se destacan nítidamente la sinceridad de Dios, su lealtad, su amor por la justicia y el derecho, su misericordia.
Puesto que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, descubrimos que somos más genuinamente nosotros mismos cuando nos asemejamos al Señor con palabras sinceras, con acciones leales, trabajando por la justicia y el derecho y viviendo la misericordia entrañable.
La palabra del Señor es sincera, eficaz y creadora: “La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos” (v. 6). La contemplación de la creación produce dentro de nosotros un estremecimiento, una conmoción interior, una experiencia de respeto confiado que la Sagrada Escritura denomina “temor del Señor”. Por eso, dice el salmista: “Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante él los habitantes del orbe” (v. 8). No se trata de miedo; no es pánico, es respeto confiado. Es la consecuencia de sentir admiración, asombro y gratitud “porque él lo dijo, y existió; él lo mandó y todo fue creado” (v. 9).
El Dios Creador es también Providente, mira complacido, se ocupa de todos: “El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. Desde su morada observa a los habitantes de la tierra” (vv. 13-14). No nos abandona, no se aleja de nosotros. Nos mira, nos observa. Y el mirar de Dios es amar. “Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme, en los que esperan su misericordia” (v. 18). Si al principio no terminábamos de considerarnos como “justos” y “buenos”, ahora nos sentimos más identificados con esta categoría: “los que esperan su misericordia”. El salmista insiste en esta nueva perspectiva: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos” (vv. 20-21).
Por eso, hacemos nuestra la súplica final del salmo: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (v. 22).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca