eL sEÑOR NOS HA ABIERTO LAS PUERTAS DE LA VIDA (20-4-2014)

EL SEÑOR NOS HA ABIERTO LAS PUERTAS DE LA VIDA

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      La oración colecta del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor dice: “Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concede a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu, para resucitar en el reino de la luz y de la vida”.      

      La primera oración sacerdotal de cada eucaristía se denomina “colecta” porque recoge todas las intenciones de la comunidad. Con ella se expresa la índole de la celebración y el sacerdote dirige la súplica a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, en nombre de toda la asamblea.  El Padre nos abre las puertas de la vida por medio de Jesucristo. En nuestra experiencia habitual nos encontramos con muchas puertas cerradas. Hay puertas de difícil o imposible acceso. También hay puertas espaciosas que desembocan en engaño, insatisfacción, fraude y muerte. Anhelamos la apertura hacia la vida. En nuestro interior hay un anhelo de vida que nada ni nadie consiguen sofocar.      

      Las puertas de la sociedad opulenta se cierran a los desfavorecidos. “Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). Las puertas de un trabajo digno y estable no se abren para muchas personas desalentadas. Las puertas del diálogo, de la amistad, de la fraternidad, permanecen inaccesibles para muchos.    Jesucristo afirma: “yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10,7), la puerta que asegura acceso y serenidad, la puerta para entrar y encontrar sosiego, calor y paz, y que permite salir para hallar pasto y agua.      

      El límite de la muerte ha sido superado por Cristo vencedor. El horizonte inexcusable, el punto definitivo de nuestra peregrinación, nuestro ocaso natural, se convierte en tránsito. El punto final es un punto y seguido. La muerte ha perdido su aguijón: “¿Dónde está muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte tu aguijón?” (1 Cor 15,55).     

      Mediante su muerte, Cristo ha aniquilado al señor de la muerte, para “liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Hb 2,15). Con Cristo se superan la incertidumbre, el miedo, la inseguridad, la inercia, la desidia, la esclavitud. Tenemos la certeza de un acceso definitivo a un nuevo ámbito donde el Señor enjugará toda lágrima y ya “no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor” (Ap 21,4).      

      La alegría de la Pascua es el eco de la resurrección  de Jesucristo. El Señor es capaz de comunicar una nueva vida, de vencer la muerte. Él mismo se presenta: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Cristo es fuente de vida, comunica una vida diferente y plena, hace resurgir y nos asegura la vida eterna.      

      La fe en la resurrección incide de una manera determinante en nuestro camino, en la orientación que hemos de dar a nuestra vida, en las opciones que hemos de tomar.      

       Ya no estamos bajo el dominio de la carne, sino del Espíritu, y el Espíritu de Dios nos hace vivir ya de una manera distinta y fraterna, llena de luz y de amor. La renovación por el Espíritu nos permite reconocer: “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14).      

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

We use cookies
Este portal web únicamente utiliza cookies propias con finalidad técnica, no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios sin su conocimiento. Sin embargo, contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas este portal web que usted podrá decidir si acepta o no cuando acceda a ellos.