El necesitado, las entrañas y Dios (12-7-2015)

EL NECESITADO, LAS ENTRAÑAS Y DIOS

     Queridos hermanos en el Señor:  

     Os deseo gracia y paz.

      “No niegues un favor a quien lo necesita, si está en tu mano concedérselo. Si tienes, no digas al prójimo: "Anda, vete; mañana te lo daré"” (Prov 3,27-28). Estas expresiones del libro de los Proverbios están muy cerca de lo que leemos en el Nuevo Testamento: “si uno  tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17).       Lo que en el primer texto aparece como una relación con el necesitado, con el prójimo, en la segunda cita refleja un doble vínculo con el hermano y con Dios. El próximo, la persona necesitada, adquiere el rostro de un hermano, y la motivación de la ayuda manifiesta la presencia del amor de Dios, que actúa como principio de la acción humana. Quien cierra sus entrañas al hermano necesitado no tiene en sí mismo el amor de Dios.      

     El capítulo tercero de la Primera Carta de san Juan nos invita a realizar una profunda reflexión que tiene muchas consecuencias prácticas. “Este es el mandamiento que habéis recibido desde el principio, que nos amemos unos a otros” (1 Jn 3,11). Encontramos algunas frases que resultan contundentes y estremecedoras: “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14). No nos gusta reconocer que lo contrario del amor es la muerte. Nos resulta difícil entender que tenemos que pasar de la muerte a la vida. Pero se nos dice con claridad: “En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16).      

        El conocimiento del amor no es una teoría, sino la experiencia de la vida hecha oblación de Jesucristo, de su cuerpo entregado y su sangre derramada. Del Señor recibimos no solamente un ejemplo y un estímulo, sino una capacidad y una nueva posibilidad de vida.      

       No podemos postergar la ayuda al necesitado diciendo como excusa: “Anda, vete; mañana te lo daré” (Prov 3,28). No podemos cerrar las entrañas viendo la necesidad del hermano (1 Jn 3,17).  Las entrañas indican lo más íntimo y propio de cada persona, el tuétano de su ser, el manantial de donde brota su acción, el origen de su personalidad. No se trata simplemente del afecto, sino del núcleo de la propia existencia y actuación.        

       El Deuteronomio advierte al pueblo elegido: “En realidad no habrá ningún pobre entre los tuyos -pues el Señor te colmará de bendiciones en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en herencia para que la poseas- a condición de que escuches atentamente la voz del Señor, tu Dios” (Dt 15,4-5). Cuando escuchamos la voz del Señor, cuando vivimos una relación de amor agradecido con Dios, podemos establecer un vínculo de amor generoso con los hermanos, de modo que no exista ningún pobre a nuestro alrededor. La pobreza aparece como consecuencia del olvido de Dios, es el fruto indeseado de la renuncia a escuchar al Señor.      

       Cuando son pocos los recursos que tenemos a nuestra disposición no decrece nuestra posibilidad de ayudar a los demás. La referencia la tenemos en Jesucristo, como escribe san Pablo: “conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8,9). Es posible ayudar con bienes escasos. No hay que avasallar con dádivas milagrosas. El compartir lo poco es un camino más eficaz.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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