Lecturas para asimilar (19-7-2015)
LECTURAS PARA ASIMILAR
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Son muchas las personas que aprovechan los meses estivales para leer, con mayor dedicación de tiempo y mejor asimilación, las obras que consideran importantes y que, a lo largo del curso, no han llegado a disfrutar con atención. Es importante conocer de cerca y de primera mano algunos textos de gran actualidad y trascendencia en este preciso momento eclesial. Vivimos unas históricas circunstancias en las que el Espíritu Santo acompaña a la Iglesia con fuerza e intensidad.
Durante estos meses, algunos releen con gusto la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”; otros aprovechan para sumergirse en la Encíclica “Laudato si`”; hay quienes tienen entre sus manos el “Instrumentum laboris” para la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo título es “La vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”; también se lee con aprovechamiento la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que se titula “Misericordiae vultus”.
Dediquemos ahora unos momentos de atención a la Bula “Misericordiae vultus”, cuyas palabras iniciales son una declaración programática: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. (…) Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (MV 1). El Antiguo Testamento describe con frecuencia la naturaleza de Dios usando un binomio característico: “paciente y misericordioso”. En el salmo 136, donde se narra la historia de la revelación de Dios, se repite un estribillo: “eterna es su misericordia”. Cuando fijamos nuestra mirada en Jesús y en su rostro misericordioso, percibimos el amor de la Santísima Trinidad. Jesús ha recibido del Padre la misión de revelar el misterio del amor divino en plenitud. Ante la multitud que le seguía extenuada, cansada, perdida y sin guía, Jesús sintió una conmoción en sus entrañas. La misericordia le llevó a curar a los enfermos, a saciar el hambre de los que le rodeaban, a resucitar muertos, a perdonar los pecados, a responder a las necesidades reales de los que se le acercaban.
Leemos en el número 9 de la Bula: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia” (MV 9).
Y en el número 10: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia” (MV 10).
Nos acompaña la dulzura de la mirada de la Virgen María, Madre de la Misericordia. “Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno” (MV 24).
Preparemos nuestro corazón para la oportunidad de gracia del Año Santo extraordinario, “para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros” (MV 25).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca