¡Ven Espíritu Santo! (15-5-2016)
¡VEN, ESPÍRITU SANTO!
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El Espíritu Santo está continuamente viniendo sobre nosotros. Sin su presencia no serían posibles ni la oración ni el testimonio. Se extinguiría la fe, se agotaría la esperanza y concluiría la capacidad de amar.
La ausencia del Espíritu se caracteriza por la rutina, el desánimo, el contagio de una tristeza empalagosa, la aparición de rencillas, recelos, desavenencias, sospechas y desencuentros. Hemos de esforzarnos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Las pequeñeces humanas, la experiencia del fracaso, el cansancio y la falta de generosidad son síntomas de un vacío interior. “Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro”, decimos en la Secuencia de Pentecostés.
El Espíritu Santo garantiza la armonía, la reconciliación, el perdón, el aprecio recíproco y el amor fraterno, sincero y sacrificado. Donde no está el Espíritu, todo son dificultades. Donde está el Espíritu se perciben nuevas posibilidades, espacios abiertos, horizontes dilatados. El Espíritu no es como un elixir que borra los problemas y que cancela los esfuerzos. Es, más bien, la Persona Amor, Dios mismo actuando y garantizando nuevas etapas de evangelización alegre y esperanzada.
El Espíritu Santo edifica la Iglesia. Es Él quien nos va recordando todo lo que Jesús hace y dice. Recordar significa “volver al corazón”. El Espíritu Santo hace que pasen por nuestro corazón las palabras, las obras y los silencios de Jesús, que quedan definitivamente impresos en lo profundo de nuestro ser. Y así tenemos experiencia viva de que la resurrección de Cristo no es un acontecimiento del pasado, sino que entraña una fuerza que penetra en el mundo y lo restaura y revitaliza.
El Espíritu Santo renueva constantemente a la Iglesia con la incorporación de nuevos miembros, marcados con su sello en el bautismo. La vida sacramental no sería posible sin la acción del Espíritu. En la Plegaria Eucarística III decimos al Padre: “por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar”. Y pedimos: “te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti”. Añadimos también: “para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”.
Según el Papa Francisco, “evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo” (Evangelii Gaudium 259). El Santo Padre comenta: “En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG 259).
No es posible mantener vivo el impulso misionero sin una confianza decidida en el Espíritu Santo. Necesitamos invocar al Espíritu de modo constante, con perseverancia y gratitud: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca