El precursor del Señor (24-6-2018)
EL PRECURSOR DEL SEÑOR
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
San Juan Bautista es el precursor del Señor. Es el que señala el cumplimiento del tiempo. Es el que indica la llegada de Alguien que es más grande, Alguien a quien no se considera digno, ni siquiera, de desatarle las correas de las sandalias, que era la tarea que realizaba el más humilde de los siervos de un dueño. San Juan Bautista es como una flecha disparada hacia la diana. Es como una señal en medio de todas las naciones. Él es la voz que indica la irrupción de la Palabra definitiva. Es el amigo que muestra la presencia del Esposo. Es como un candil encendido que permite caminar en medio de la oscuridad, en la espera gozosa de un nuevo amanecer. Es como la aurora, preludio de la luz que es fuente y manantial. Podríamos pensar que Juan Bautista es un personaje de la Antigua Alianza y que solamente tiene un valor efímero, instantáneo, provisional. Pero no lograríamos comprender el valor y el significado de la Nueva Alianza sin este eslabón imprescindible. Entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan, aunque el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.
Desde la celebración de la Natividad de san Juan Bautista, en el hemisferio norte los días van menguando y las noches crecen progresivamente. Es un reflejo de la misión del Bautista, porque a él le corresponde menguar para preparar, anticipar y anunciar el crecimiento de la genuina luz, que es Jesucristo.
San Juan Bautista exultó de gozo en el seno de su madre al llegar el Salvador de toda la humanidad. Es el modelo de la auténtica alegría, que no es un regocijo falso y vacío, sino una explosión de vida, un nuevo horizonte que dilata el corazón.
San Juan Bautista es un indicador. Su misión consiste en favorecer el encuentro con Jesús. Su vida se desarrolla como el despliegue vivo de un testimonio creciente. Juan Bautista es testigo. Es heraldo, es puente. Facilita la comunicación. Propicia la cercanía. Abre en el corazón el deseo de saciarse con una Palabra que tiene vida eterna.
Como los buenos agricultores, san Juan Bautista supo preparar el terreno para acoger la buena semilla capaz de dar el mejor fruto. Anunció la necesidad de allanar los senderos, de rellenar los valles, de rebajar los montes y las colinas, de enderezar lo torcido y de convertir lo escabroso en camino llano. Con voz potente, gritó en el desierto que todos serían capaces de ver la salvación de Dios.
Cuando el pueblo estaba expectante, y discutía sobre si Juan sería el Mesías, con muchas exhortaciones proclamaba el Evangelio y anunciaba un bautismo con Espíritu Santo y fuego. Un signo distinto del que él mismo realizaba. Con ello se convertía en heraldo de un nuevo y definitivo bautismo. Supo señalar, discernir, reconocer al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
También experimentó la necesidad de verificar si realmente Jesús era el esperado de los tiempos cuando envió a sus discípulos a preguntar al Señor sobre si era necesario esperar a otro. Fue entonces cuando Cristo mostró a los curados de muchas enfermedades, achaques y malos espíritus. Había llegado un nuevo período en el que los ciegos veían, los cojos andaban, los leprosos quedaban limpios, los sordos oían, los muertos resucitaban y los pobres eran evangelizados. El Mesías estaba actuando.
Tras el encarcelamiento de Juan, dio comienzo la misión de Jesús. Juan Bautista precedió a Jesús con una muerte injusta y violenta, consecuencia de la perversión de corazón humano, una muerte que señalaba el inicio de una nueva etapa en la historia de la salvación.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca