El necesario otoño (28-10-2018)
EL NECESARIO OTOÑO
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Hay experiencias que pasan y experiencias que quedan. Hay acontecimientos que no dejan huella y otros que resultan decisivos, trascendentales. La memoria es selectiva y solamente recordamos lo que produce impacto en nuestro interior. Podemos experimentar punzadas en el corazón y, de repente, de una antigua herida brota a borbotones una corriente de sentimientos. Pero también asistimos al sucesivo discurrir del tiempo y aprendemos a valorar la importancia de cada momento como ocasión propicia para crecer.
El otoño anticipa lo que será la próxima primavera. Lo que ahora seamos capaces de sembrar resultará decisivo para la cosecha venidera. La gran lección de este tiempo de gracia es apreciar el trabajo continuo, intenso, profundo. El campo tiene que ser roturado, y la acción evangelizadora requiere un ritmo prolongado, sereno, para llegar a las raíces. El trabajo de los evangelizadores no puede quedarse en la superficie. Evangelizar no es barnizar. Es algo más que una tarea epidérmica.
La inquietud, la prisa, los desvelos, la búsqueda compulsiva de resultados inmediatos no son instrumentos eficaces para la tarea que se nos encomienda. El Reino de Dios crece sin que sepamos cómo. No nos corresponde a nosotros determinar los tiempos y los frutos de la cosecha.
También los lirios del campo y las aves del cielo tienen sus ritmos de sosiego. Y nunca dejan de crecer según una trayectoria que les impulsa desde dentro.
Los cristianos estamos habitados por el amor del Padre, la presencia del Hijo y el aliento del Espíritu Santo. Nunca estamos solos. Jesucristo nos ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Cuando avanzamos, descubrimos a nuestros pies miles de senderos, pero un único camino, porque Jesús no se limita a indicarnos el recorrido, sino que Él mismo nos precede, nos acompaña y nos empuja. Él es el auténtico camino.
Los colores y las fragancias del otoño, los suaves y prematuros atardeceres no pueden convertirse en ocasión para añorar el verano de dilatadas jornadas. Este tiempo es el “hoy” que se nos concede como regalo y oportunidad, como obsequio gratuito. Y llegarán días todavía más breves y oscuros. Y soplarán los vientos, y llegarán las lluvias, y se desatarán las tormentas, y los ríos se saldrán de sus cauces. De tal modo que la tierra quede esponjosa y fecunda.
En la vida de las personas de cierta edad también hay un otoño rico en acontecimientos. Las fuerzas ya no son tan manifiestas, pero la mochila está llena de experiencias. El caminar se hace más pausado, pero es posible disfrutar más y mejor del recorrido. La vista puede estar cansada, pero lo importante es no cansarse de ver y de mirar con atención. El oído pierde matices, pero se escucha mejor la voz interior. El tacto ha aprendido a acariciar y no solamente a acaparar. El gusto está acostumbrado a los sabores más saludables. El olfato intuye que el olor a tierra mojada es preludio de fecundidad.
La Virgen María es modelo de fe vivida. Supo guardar en su corazón lo que sus labios expresaron en alabanza. Supo mantenerse erguida y digna en la hora más desconcertante de la historia. Supo aguardar el tiempo propicio para acompañar a los discípulos de su Hijo amado en el momento en que ella misma experimentaba el mayor dolor y la mayor esperanza. Supo consolar desde la aflicción. Supo esperar una plenitud de vida en la triste noche oscura del aparente triunfo de la muerte. Vivió intensamente el otoño porque era experta en primaveras.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca