La Fiesta Esencial (19-4-2020)
LA FIESTA ESENCIAL
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
En una homilía pascual, san Basilio de Seleucia afirmó: “Cristo, con su resurrección de entre los muertos, ha hecho de la vida de los hombres una fiesta”.
En Pascua surge la luz de Cristo. Pasamos de la noche al nuevo y definitivo día. San Asterio de Amasea canta: “Oh noche más resplandeciente que el día. // Oh noche más hermosa que el sol. // Oh noche más blanca que la nieve. // Oh noche más brillante que la saeta. // Oh noche más reluciente que las antorchas. // Oh noche más deliciosa que el paraíso. // Oh noche libre de tinieblas. // Oh noche llena de luz. // Oh noche que quitas el sueño. // Oh noche que haces velar con los ángeles. // Oh noche terrible para los demonios. // Oh noche, anhelo de todo un año. // Oh noche, madre de los neófitos”.
Este año nuestra celebración adquiere un tono peculiar. Hay demasiadas ausencias: las innumerables víctimas del coronavirus, en una estadística lamentablemente creciente. Y esta notable ausencia no es un conjunto anónimo, sino que está formada por cada persona, cada historia, cada experiencia de sufrimiento, de soledad, de angustia. Vienen a nuestra memoria los rostros, las circunstancias, el dolor, la impotencia. Y se trata de personas que conocemos y amamos, de cuya amistad hemos disfrutado y cuya compañía nos ha hecho tanto bien.
Este año celebramos la fiesta esencial, la fiesta en el sentido más genuino y radical. La vivimos desde la raíz de su sentido en Jesucristo y desde la hondura de su significado transformador.
A lo largo de estos días se están escribiendo, con tinta de sangre, sudor y lágrimas, los mejores episodios de entrega y generosidad, de servicio incondicional y de abnegación, de trabajo incansable, de dedicación más allá de lo estipulado. Y, de este modo, la Pascua esencial crece con cada gesto de cercanía y de ternura, cada momento de acogida, cada expresión de afecto, cada instante de escucha, cada muestra de solidaridad
Esta Pascua no viene acompañada de celebraciones multitudinarias, de romerías y encuentros de convivencia familiar y social, de aglomeraciones, de reencuentros, de desplazamientos masivos.
Los sacramentos de iniciación cristiana se demoran hasta otros momentos en que las condiciones sanitarias permitan su gozosa celebración comunitaria. La vida sacramental es esencialmente festiva, difusora de la fragancia de una verdadera experiencia de amor.
Esta Pascua es esencial porque Jesucristo es el Esencial, el Único, el Imprescindible. Él es el Principio y el Fin, y suyo es el tiempo y la eternidad. La Pascua es Cristo, eternamente viviente. Celebrar la Pascua es reconocer junto a nosotros, y dentro de nosotros, a Jesucristo Resucitado. Dentro de nuestros corazones y dentro del mundo.
San Pablo, escribiendo a los Corintios, afirma: “ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo”. Y prosigue: “Así, pues, celebremos la Pascua no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad” (1 Cor 5,7-8).
En este tiempo de gracia tenemos oportunidad de descubrir la centralidad de Jesucristo en nuestra vida, el puesto determinante que sólo a Él le corresponde.
En nuestro itinerario pascual nos acompaña la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo. En María, “la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (Sacrosanctum Concilium, 103).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca