Pascua del Enfermo en tiempo de pandemia (17-5-2020)
PASCUA DEL ENFERMO EN TIEMPO DE PANDEMIA
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El sexto Domingo de Pascua se celebra la Pascua del Enfermo. Así concluye la Campaña que comenzó el 11 de febrero, Jornada Mundial del Enfermo.
Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Promoción Humana han escrito un Mensaje en el que, partiendo de las palabras del Señor: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28), afirman: “La Campaña del Enfermo de este año está enmarcada en una pandemia que está siendo fuente de un gran sufrimiento. En un momento tan doloroso como el que estamos viviendo por el COVID-19, esta invitación de Cristo de acudir a él en busca de esperanza, de consuelo y alivio, resuena con más fuerza para que profundicemos en el misterio de su persona y participemos de su Pascua, de su muerte y resurrección. De este modo, podremos acompañar a cuantos sufren por esta pandemia con la esperanza que procede de Cristo resucitado”.
El Papa Francisco, en su Mensaje con ocasión de la Jornada del Enfermo, escribía que las palabras de Jesucristo nos “indican el camino misterioso de la gracia que se revela a los sencillos y que ofrece alivio a quienes están cansados y fatigados. Estas palabras expresan la solidaridad del Hijo del hombre, Jesucristo, ante una humanidad afligida y que sufre. ¡Cuántas personas padecen en el cuerpo y en el espíritu! Jesús dice a todos que acudan a Él, "venid a mí", y les promete alivio y consuelo”.
Los Obispos de la mencionada Comisión Episcopal continúan diciendo: “En estos días hemos sido testigos de la necesidad que tenemos todos de ser cuidados, de la mutua dependencia, de la necesidad de ser acompañados y consolados. En el camino nos hemos encontrado con muchos "buenos samaritanos", pero no podemos bajar la guardia pensando que el problema ya está solucionado. Hemos de mantenernos en ese impulso que, de manera sutil y secreta, el Espíritu Santo suscita en tantos corazones. La transmisión del virus, además de la enfermedad y la muerte de tantas personas conocidas y queridas, nos trae también nuevas situaciones de pobreza como consecuencia de la pérdida de muchos puestos de trabajo. Tocará acompañar otra soledad, no menos dolorosa” (nº 5).
Jesucristo no suprime el sufrimiento experimentado en la enfermedad. No lo cancela, ni lo difumina, ni lo edulcora, ni lo esconde. Lo carga sobre sus espaldas. Se acerca a los enfermos para atender sus peticiones, escuchar sus lamentos, acompañar su dolor y curar sus dolencias. Lleva el bálsamo del amor a los más recónditos espacios del cansancio y la soledad.
La Iglesia reconoce en los enfermos una especial presencia de Cristo doliente. Son la “carne” de Cristo sufriente. Cristo, por su encarnación, asumió nuestros dolores y enfermedades y en la cruz destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad.
Si deseamos crecer en acompañamiento, en cercanía, en ternura, en caridad respetuosa y delicada, nuestro modelo es la Virgen María que está continuamente atenta a las necesidades y dificultades de toda la humanidad. María, animada por la divina misericordia, nos asegura en todo momento asistencia, sustento y compañía. Ella permanece al lado de nuestras cruces y nos acompaña en el camino de la Pascua hacia la resurrección y la vida plena.
Damos las gracias a todos los capellanes y a los demás sacerdotes, a las personas consagradas, al personal sanitario, a los agentes de pastoral de la salud por su testimonio y entrega. A través de ellos, el Señor continúa curando, acompañando, consolando, acogiendo y aliviando a los enfermos.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispod e Jaca y de Huesca