Eucaristía y caridad (14-6-2020)
EUCARISTÍA Y CARIDAD
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Jesús nos dice: “el que me come vivirá por mí” (Jn 6,57). La Eucaristía contiene en sí un dinamismo que la convierte en principio de nueva vida en nosotros y forma de nuestra existencia cristiana. San Agustín imaginaba que el Señor le decía: “Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me transforme en ti, como el alimento de tu carne; sino que tú te transformarás en mí”. Gracias a la Eucaristía el Señor nos transforma misteriosamente.
Benedicto XVI dijo en la homilía durante la celebración eucarística de inicio de su ministerio en la Cátedra de Pedro: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”. Por ello, escribió en su Exhortación apostólica Sacramentum caritatis: “Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico. En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: "Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera"” (nº 84).
La Eucaristía abarca la vida entera, porque nos hace entender de un modo nuevo la vida, vivirla con mayor intensidad y compartirla con creciente generosidad. En la Eucaristía encontramos la fuerza para el seguimiento radical de Jesucristo. La Eucaristía nos concede consuelo e impulso para ser, en nuestra historia concreta, signo del amor gratuito y fecundo de Dios para con la humanidad. Nos otorga capacidad para encontrar la orientación adecuada en cada una de nuestras opciones y decisiones vitales y para reconocer a Jesucristo en los más necesitados.
El Papa Francisco dijo en el Ángelus del 22 de junio de 2014: “Cada vez que participamos en la santa Misa y nos alimentamos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, plasma nuestro corazón, nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio. Ante todo la docilidad a la Palabra de Dios, luego la fraternidad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desalentados y acoger a los excluidos. De este modo la Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida!”.
Y en el Ángelus del 7 de junio de 2015, dijo que la fiesta del Corpus Christi “nos impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre e implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso”.
En consecuencia, siguió diciendo: “La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano”.
Que la fiesta del Corpus Christi nos anime a ver y vivir el vínculo indisoluble entre Eucaristía y caridad, como nos recuerda cada día Cáritas.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca