El grano de trigo (21-3-2021)
EL GRANO DE TRIGO
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Solamente Jesús puede decir con autoridad: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). Son palabras que parten de una experiencia conocida en el cultivo de la tierra, pero que tienen una inmediata resonancia en la vida de Cristo y en nuestra propia existencia. Jesús está dispuesto a caer en tierra y morir para dar mucho fruto, para convertirse, Él mismo, en espiga fecunda de vida y plenitud.
Jesús se compara al grano de trigo que, precisamente cuando se rompe y muere, se transforma en espiga y da fruto. La vida viene no sólo después de su muerte, sino desde el interior mismo de su muerte. Jesús nos ofrece una conmovedora imagen del núcleo de su misión y de su mensaje. Precisamente muriendo en la cruz, se convierte en principio de salvación para toda la humanidad. Su entrega generosa, desbordante, ilimitada, rompe el cerco de la esclavitud humana y abre definitivamente el horizonte de la redención. La muerte de Jesús no es un fatal desenlace, sino una libre donación, una ofrenda de la propia vida para dar vida abundante.
El grano de trigo, al ser introducido en el surco y romperse, estalla en fruto y en vida. La existencia humana no es simplemente el viaje de regreso a la tierra de la que hemos sido formados. Hay un proceso de transformación de la tierra, regada con el sudor de nuestro esfuerzo; abonada con los nutrientes de los dones que el Señor nos concede; enriquecida con nuestra humilde, pero eficaz, colaboración; labrada con incesante dedicación; sembrada por la mano del mejor Sembrador.
Nuestros ojos están hechos para contemplar la inmensidad de las estrellas. Y esta capacidad para mirar la amplitud del horizonte es la que nos permite dejar huella cuando caminamos por los senderos de la historia. Porque mirar hacia lo alto es lo que nos permite dar pasos confiados. Y, cuando nuestra mirada se vuelve hacia la tierra, nuestros ojos están llenos de la luz de las estrellas.
Es difícil convertir las desventajas en oportunidades. Pero no es imposible. Es complicado trabajar para que los propios límites no sean obstáculos, sino plataformas para el crecimiento. Resulta fatigoso reconocer que, cuando las capacidades disminuyen, puede crecer la intensidad de la vida. Es paradójico pensar que en el inevitable morir está el germen del definitivo vivir. Porque la vida es un regalo de Dios.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca