Un año de remembranza.
Un año de remembranza
Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.
No hubo pañuelos de silencio en la partida, sino un adiós emotivo, tanto, tanto, que resultó un adiós acompañado. Fue una especie de “adiós contigo”, y conmigo se vinieron tantos buenos hermanos y amigos desde Huesca y Jaca para despedirme in situ: muchos laicos y muchos sacerdotes. También de Madrid, mis familiares, los franciscanos y muchos amigos venidos de tantos sitios, algunos bien lejanos. El paso de la vida deja en tu corazón nombres y rostros que forman parte de tu pequeña biografía, que son sencillamente imborrables.
Sucedió hace justo un año en un inolvidable 30 de enero. Es el tiempo que llevo en Asturias como Arzobispo de Oviedo. Termina en breve mi condición de Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca, y llegando el primer aniversario de mi llegada a la tierra y diócesis astur, se me agolpan los recuerdos de estos meses vividos con grande intensidad.
Asturias ya en vísperas desplegaba su mejor paisaje invernal, en donde contrastaba la lluvia y el frío clima, con la acogida cordial, amable, la propia de esta noble tierra de tan buenas gentes. Entre miradas curiosas, abrazos y estrecharse de manos, me colé sin darme cuenta en la nueva casa, con larga historia, a la que el Señor en su Iglesia me enviaba. Culines de sidra, espichas gustosas, y el calor de los hermanos que previamente me esperaban en la puerta de la Diócesis, que por llegar por el oriente desde Aragón, se llamaba Colombres. Era la primera parada. Abierta la Iglesia para una breve oración, sus mejores piedras eran aquellos cristianos que me aguardaban: el Administrador Diocesano, el Vicario General, el Arcipreste y el Párroco, junto a otros sacerdotes, religiosas y muchos laicos. Me fijé en los niños y jóvenes de la catequesis, en sus catequistas. Estaban también las autoridades del lugar y del Concejo. Quedé impresionado, gratamente agradecido, y del todo conquistado por aquella primera entrega del afecto sincero de bondad y hospitalidad asturiana.
Al día siguiente fue ya en Oviedo. La Catedral abarrotada: tantos hermanos en el episcopado, curas, religiosos, cristianos laicos. Era la Iglesia en Asturias, las Autoridades del Principado, de la capital y la región, el mundo académico, judicial, militar y de seguridad, el mundo de los medios de comunicación. Me sorprendió la espléndida banda de gaitas que ponían música a la letra de mi oración íntima por la que daba gracias emocionado por tan inmerecida acogida. Preciosa y precisa la toma de posesión, en su capilla musical y en el desarrollo de la liturgia sublime y sencilla a la vez. Me sentí en casa, rodeado de cientos de hermanos, de amigos sobrevenidos con un nuevo don, de todo un pueblo que me escuchaba y me veía por primera vez, un pueblo del que formo parte, con el que soy peregrino del mismo destino, discípulo del único Maestro, mendigo de la gracia que nos hace buscadores de la Belleza, la Verdad y la Bondad que coinciden con Dios y su Buena Noticia.
Y un día después, ya como Arzobispo, nos fuimos a Covadonga. Familia, amigos, queridos oscenses, jacetanos y los asturianos que acababa de estrenar. Allí en la santa Cueva, con los niños de la Escolanía le echamos guiños con cantos y plegarias a nuestra entrañable Santina. Los sacerdotes y personal de Covadonga, y tantas gentes de bien que subieron a saludarme. La historia que comenzó entonces y que ahora cumple un año, tiene detrás toda esa remembranza agradecida al Señor, a su Madre, y a este querido Pueblo de Dios con el que sigo aprendiendo a ser Obispo y con el que tengo la gracia de ser cristiano. Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Adm. Apost. de Huesca y Jaca
30 enero 2011