El tiempo anclado en Cristo (9-10-2011)
EL TIEMPO ANCLADO EN CRISTO
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Estamos viviendo momentos muy importantes en ladeterminación de las orientaciones pastorales del nuevo curso. Afirma el concilio Vaticano II: “El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones” (Gaudium et Spes, nº 45). Deseamos que Jesucristo sea nuestra meta, nuestro punto de encuentro y de convergencia, nuestro gozo y nuestra plenitud. Para ello, hemos de disponernos, en una actitud de escucha dócil, para acoger su palabra.
La Carta a los Hebreos nos presenta la “palabra viva y eficaz” (Hb 4,12), más tajante que espada de doble filo, penetrante. Palabra de vida y vivificante, palabra fecunda y revitalizadora. El oráculo profético anuncia: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55, 10-11).
La palabra de Dios crea, bendice, sana, perdona, alienta, anima, alimenta, reconcilia, protege, ilumina, instruye, alegra, descansa, purifica...
Hablando, Dios llama, dice, nombra, persuade, acompaña, afirma, pregunta, se comunica, se da a conocer... salva en su Palabra hecha carne, Palabra plena y definitiva, Verbo hecho vida humana.
La vida de la VirgenMaría es para los cristianos una invitación, siempre nueva y actual, a radicar nuestro ser, a arraigar nuestra vida, en la escucha y acogida de la palabra de Dios. La fe no es tanto una búsqueda de Dios por parte del hombre, sino un reconocimiento de que Dios viene a nosotros, nos visita y nos habla. Esta fe se vive y profundiza en la obediencia humilde y amorosa con que los cristianos sabemos decir al Padre, a imitación de María: “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
María continuamente nos remite a la persona de Jesús: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5) y nos acompaña en nuestro camino. La Virgen, en la hora de las tinieblas más profundas, intercede por nosotros para que podamos mantenernos valientemente en la fe, con la única certeza de la confianza en la palabra de Dios.
De María aprendemos a conocer la intimidad de Cristo. Ella nos enseña a guardar y meditar en el corazón las palabras y los hechos de Jesús (cf. Lc 2,19.51). De María aprendemos el sentido de la potencia del amor, tal y como el Padre la despliega y revela en la vida del Hijo: “dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,51-52). Y, también de María, recibimos el sentido y el gusto de alabar a Dios por sus obras: “porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc 1,49).
María es la “Virgen oyente”, que acoge con fe la palabra de Dios, como escribió Pablo VI en la exhortación apostólica “Marialiscultus”. Por ello la saludamos: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1,45). La Iglesia, imitando a María “escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia” (PABLO VI, Exhortación Apostólica Marialiscultus, 1974, nº 17).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca