Crecer en el amor a Dios y a los hermanos (1-7-2012)
CRECER EN EL AMOR A DIOS Y A LOS HERMANOS
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Lo que definitivamente cuenta en nuestra vida cristiana es el proceso vivido en
relación con Jesús. Se trata de ver si el encuentro con Él es real o imaginario, profundo
o superficial. Porque la fe no es sólo una creencia, sino que brota de un encuentro y para amar a Dios hay que relacionarse con Él. Sólo el amor entiende las cosas del Amor.
Los cristianos debemos asumir, como primer y fundamental compromiso, crecer
día a día en un amor mayor a Dios y a los hermanos, para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro entorno.
Decía Benedicto XVI en la Audiencia General del 25 de Agosto de 2010: “aparece una idea fundamental en el camino hacia la Verdad: las criaturas deben callar
para que reine el silencio en el que Dios puede hablar. Esto es verdad siempre, también en nuestro tiempo: a veces se tiene una especie de miedo al silencio, al recogimiento, a pensar en los propios actos, en el sentido profundo de la propia vida; a menudo se prefiere vivir sólo el momento fugaz, esperando ilusoriamente que traiga felicidad duradera; se prefiere vivir, porque parece más fácil, con superficialidad, sin pensar; se tiene miedo de buscar la Verdad, o quizás se tiene miedo de que la Verdad nos
encuentre, nos aferre y nos cambie la vida, como le sucedió a san Agustín”.
Y añadía: “quiero decir a todos, también a quienes atraviesan un momento de
dificultad en su camino de fe, a quienes participan poco en la vida de la Iglesia o a
quienes viven "como si Dios no existiese", que no tengan miedo de la Verdad, que
no interrumpan nunca el camino hacia ella, que no cesen nunca de buscar la verdad
profunda sobre sí mismos y sobre las cosas con el ojo interior del corazón. Dios no dejará de dar luz para hacer ver y calor para hacer sentir al corazón que nos ama y que desea ser amado”.
Leemos en “Caritas in veritate”: “La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se
ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (nº 1). Y, a continuación: “El amor -"caritas"- es una fuerza extraordinaria,
que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta” (nº 1). También leemos: “En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6)” (nº 1).
Joseph Ratzinger recuerda una bella sentencia de san Cipriano en su exposición
del Padrenuestro: “La palabra y la actitud orante requieren una disciplina que requiere
la paz y la reverencia. Recordemos que estamos a la vista de Dios. Debemos ser gratos a los ojos divinos incluso en la postura del cuerpo y en la emisión de la voz. La desvergüenza se expresa en el grito estridente; el respetuoso tiende a rezar con palabra tímida… Cuando nos reunimos con los hermanos y celebramos con el sacerdote de Dios el sacrificio divino, no podemos azotar el aire con voces amorfas ni lanzar a Dios con incontinencia verbal nuestras peticiones, que deben ir recomendadas por la humildad, porque Dios… no necesita ser despertado a gritos...” (Te cantaré en presencia de los ángeles, en Un canto nuevo para el Señor, Sígueme, Salamanca 1999, 162).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca