EN NOMBRE DEL SEÑOR (9-9-2012)
Os deseo gracia y paz.
En el capítulo 17 del Primer libro de Samuel leemos la narración del desigual combate entre David y Goliat. El filisteo Goliat “medía unos tres metros” (v. 4), “llevaba un yelmo de bronce en la cabeza y vestía una coraza de escamas de bronce que pesaba unos sesenta kilos. Llevaba grebas de bronce en las piernas y una jabalina de bronce en la espalda” (vv. 5-6).
David se ofreció a Saúl para combatir contra Goliat: “Que no desmaye el corazón de nadie por causa de ese hombre. Tu siervo irá a luchar contra ese filisteo” (v. 32). Saúl respondió: “No puedes ir a luchar con ese filisteo. Tú eres todavía un joven y él es un guerrero desde su mocedad” (v. 33).
David “agarró el bastón, se escogió cinco piedras lisas del torrente y las puso en su zurrón de pastor y en el morral, y avanzó hacia el filisteo con la honda en la mano” (v. 40). El filisteo “se fue acercando a David, precedido de su escudero. Fijó su mirada en David y lo despreció, viendo que era un muchacho, rubio y de hermoso aspecto” (vv. 41-42). El filisteo le dijo: “¿Me has tomado por un perro, para que vengas a mí con palos?” (v. 43).
David dijo: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo (…). Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel” (vv. 45-46).
La piedra que David lanzó con la honda hirió a Goliat en la frente. El filisteo cayó de bruces en tierra y David lo remató con la espada. “Así venció David al filisteo con una honda y una piedra” (v. 50). Unos medios insignificantes para una extraordinaria proeza. Frente a la espada, la lanza y la jabalina, David reconoce ir “en nombre del Señor”.
Hay ocasiones en que nosotros podemos pensar que nuestros recursos son limitados, que nuestras posibilidades son escasas, que nuestra capacidad no está a la altura de nuestros objetivos, que carecemos de habilidades y destrezas.
No se trata de realizar gestos temerarios, ni de caminar al ritmo de las improvisaciones. Se trata de vivir conscientemente el gesto que demasiadas veces realizamos con excesiva rutina: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Sentimos que el camino es superior a nuestras fuerzas. Pero estamos decididos a caminar bajo el signo del amor creador y providente del Padre, del amor redentor del Hijo y del amor santificador del Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
“Yo soy un hombre sencillo y pobre” (1 Sam 18,23) dijo David a los servidores de Saúl cuando le comunicaron el proyecto de convertirse en yerno del rey. El reconocimiento sincero y real de nuestro perfil frágil va acompañado del reiterado mensaje que el Señor nos dirige: “no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa” (Is 41,10).
Salomón dijo al Señor a propósito de su padre David: “Has actuado con gran benevolencia hacia tu siervo David, mi padre, porque caminaba en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón” (1 Re 3,6). Y el inexperto Salomón reconoció: “Tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un muchacho joven y no sé por dónde empezar o terminar” (1 Re 3,7).
En los momentos y circunstancias en los que no sepamos por dónde empezar o terminar, el comienzo más seguro consiste en ponernos en presencia del Señor y decir confiadamente: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y ponernos a caminar “con lealtad, justicia y rectitud de corazón”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
EN NOMBRE DEL SEÑOR
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
En el capítulo 17 del Primer libro de Samuel leemos la narración del desigual combate entre David y Goliat. El filisteo Goliat “medía unos tres metros” (v. 4), “llevaba un yelmo de bronce en la cabeza y vestía una coraza de escamas de bronce que pesaba unos sesenta kilos. Llevaba grebas de bronce en las piernas y una jabalina de bronce en la espalda” (vv. 5-6).
David se ofreció a Saúl para combatir contra Goliat: “Que no desmaye el corazón de nadie por causa de ese hombre. Tu siervo irá a luchar contra ese filisteo” (v. 32). Saúl respondió: “No puedes ir a luchar con ese filisteo. Tú eres todavía un joven y él es un guerrero desde su mocedad” (v. 33).
David “agarró el bastón, se escogió cinco piedras lisas del torrente y las puso en su zurrón de pastor y en el morral, y avanzó hacia el filisteo con la honda en la mano” (v. 40). El filisteo “se fue acercando a David, precedido de su escudero. Fijó su mirada en David y lo despreció, viendo que era un muchacho, rubio y de hermoso aspecto” (vv. 41-42). El filisteo le dijo: “¿Me has tomado por un perro, para que vengas a mí con palos?” (v. 43).
David dijo: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo (…). Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel” (vv. 45-46).
La piedra que David lanzó con la honda hirió a Goliat en la frente. El filisteo cayó de bruces en tierra y David lo remató con la espada. “Así venció David al filisteo con una honda y una piedra” (v. 50). Unos medios insignificantes para una extraordinaria proeza. Frente a la espada, la lanza y la jabalina, David reconoce ir “en nombre del Señor”.
Hay ocasiones en que nosotros podemos pensar que nuestros recursos son limitados, que nuestras posibilidades son escasas, que nuestra capacidad no está a la altura de nuestros objetivos, que carecemos de habilidades y destrezas.
No se trata de realizar gestos temerarios, ni de caminar al ritmo de las improvisaciones. Se trata de vivir conscientemente el gesto que demasiadas veces realizamos con excesiva rutina: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Sentimos que el camino es superior a nuestras fuerzas. Pero estamos decididos a caminar bajo el signo del amor creador y providente del Padre, del amor redentor del Hijo y del amor santificador del Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
“Yo soy un hombre sencillo y pobre” (1 Sam 18,23) dijo David a los servidores de Saúl cuando le comunicaron el proyecto de convertirse en yerno del rey. El reconocimiento sincero y real de nuestro perfil frágil va acompañado del reiterado mensaje que el Señor nos dirige: “no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa” (Is 41,10).
Salomón dijo al Señor a propósito de su padre David: “Has actuado con gran benevolencia hacia tu siervo David, mi padre, porque caminaba en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón” (1 Re 3,6). Y el inexperto Salomón reconoció: “Tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un muchacho joven y no sé por dónde empezar o terminar” (1 Re 3,7).
En los momentos y circunstancias en los que no sepamos por dónde empezar o terminar, el comienzo más seguro consiste en ponernos en presencia del Señor y decir confiadamente: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y ponernos a caminar “con lealtad, justicia y rectitud de corazón”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.