Comentario evangélico. Domingo 4 C ordinario.
Domingo IV del Tiempo ordinario. Ciclo C. 3 de febrero de 2013. Lucas 4,21-30.
UN GIRO DE 180 GRADOS.
Sí, resulta un poco desconcertante el giro radical de los vecinos de Jesús. Al principio de este evangelio aprueban las palabras de Jesús y quedan admirados. Al final de la escena se enfadan con Él y quieren despeñarlo. ¿Qué ha pasado entre medio? ¿tan voluble es el comportamiento humano? ¿qué podemos aprender de este evangelio? Vayamos por partes.
En primer lugar situamos la escena: Jesús se encuentra en la sinagoga de Nazaret, acaba de leer una lectura del profeta Isaías y al final dice que esa palabra antigua de Salvación se cumple en Él. Ante la palabra de Isaías sus paisanos no tienen nada que objetar, la habrían escuchado y rezado muchas veces. Ahora, de ahí a que Jesús, el hijo de José y María vaya a encarnar esa profecía, eso ya es otra cosa. Aquí en Nazaret no le hemos visto hacer grandes curaciones ni milagros…que las haga y le creeremos. Esto debieron pensar sus vecinos. Por eso Jesús les responde con ese conocido refrán: no nos des lecciones y demuéstranos lo que dices.
Aquí llegamos al centro teológico de este evangelio. Los milagros, las curaciones, los hechos prodigiosos que Jesús realizó en su vida pública no eran actos mágicos sino que estaban ordenados a despertar, provocar o fortalecer la fe. Quizás los nazarenos esperaban ver solo un prestidigitador. Jesús es un verdadero profeta en la línea de los profetas bíblicos que, casi siempre, fueron rechazados por su propio pueblo. La soberbia de los hombres no es la mejor actitud para acoger a Jesús.
El detonante que enfureció a los nazarenos fue cuando Jesús les citó el ejemplo de dos extranjeros, Naamán y una viuda, que, ellos sí, fueron capaces de acoger la palabra de los profetas. Ambos en situaciones extremas se fiaron de lo que Dios les decía por boca de los profetas. Los tres años y seis meses en los que el cielo estuvo cerrado son sinónimo de una gran sequía que provocó una hambruna sin precedentes en Israel. Pero la viuda de Sarepta no desconfió de Elías. En el caso de Naamán su lepra era una enfermedad terrible que de no haberse fiado del profeta Eliseo le hubiera llevado, muy probablemente, a una muerte atroz.
Con estos dos ejemplos Jesús dejaba en evidencia a sus paisanos. Muy religiosos por fuera y cumplidores con el culto sinagogal, pero incapaces de abrir su corazón a Dios. La rabia que les produjo al descubrir Jesús su pecado, les llevó a dar ese giro tan radical: eliminar al que te dice la verdad y desenmascara tu miseria, acabar con Jesús.
Pero Jesús se retiró a tiempo. Era su pueblo. Gente a la que Jesús querría mucho, a pesar de la dureza de su corazón. La lección ya estaba dada. Seguro que algunos, recapacitando posteriormente, entenderían que ante Dios la mejor arma es un corazón sencillo y humilde. Ahí y solo ahí Jesús obrará maravillas.
Sin duda que podemos aprender mucho también de este evangelio.
Rubén Ruiz Silleras.