Comentario evangélico. Ascensión del Señor C.
Domingo de la Ascensión del Señor, 12 de mayo de 2013. Ciclo C, Lucas 24,46-53.
Un final inesperado
El evangelio de este domingo es el final del evangelio de Lucas. En él se nos narra la última vez que Jesús resucitado se apareció a los suyos. Por los versículos anteriores sabemos que esta aparición fue en Jerusalén, donde estaban reunidos los “once y los que estaban con ellos”. Jesús comió con ellos (le ofrecieron parte de un pez asado 24,42) y después les dirigió estas palabras que son, un mini-resumen de la vida y la misión de Jesús: Él es el Mesías, el ungido, el enviado por Dios. Sin la pasión y la resurrección no se entiende completamente la vida de Jesús. Y después de su resurrección empezará la llamada a los hombres para que se conviertan, para que vuelvan a Dios. En su nombre, se predicará también el perdón de los pecados. En estas primeras palabras de Jesús dos detalles a destacar. En primer lugar, la expresión impersonal: “se predicará la conversión”. ¿Quién será el sujeto de esa predicación, quién la llevará a cabo? ¿Jesús? No, Él ya no. Él regresa hoy a su Padre. Esa predicación se hará en su nombre y con la fuerza de su Espíritu, pero serán los suyos los que la tengan que llevar adelante. El segundo detalle es que esta predicación será “a todos los pueblos”. La buena noticia ya no se puede identificar con ningún pueblo determinado, es para todas las naciones.
Pero los discípulos no podrán emprender la misión de la predicación hasta que no hayan recibido lo que “mi Padre ha prometido”. Se está refiriendo al Espíritu Santo. Jesús les pide que hasta que no lo hayan recibido no salgan a la misión. Hacer lo contrario sería ir a la intemperie, ir a predicar a Jesús sin tener a Jesús. Lección importante: no se puede ir a predicar a Jesús de cualquier manera. El testigo, el predicador, debe ser humilde, debe saber que actúa en nombre de Otro.
Después de estas palabras Jesús les invita a que le acompañen. Salen fuera de Jerusalén, hasta Betania. Y allí se produce la ascensión de Jesús al cielo. La reacción de los discípulos ante la marcha de Jesús es inesperada. En este caso positivamente inesperada. Pues ellos se postraron para recibir la bendición de Jesús y regresaron a Jerusalén con gran alegría y se dedicaron a bendecir a Dios. ¿Alegría, bendición …? ¡Pero, si su Señor se había marchado! A lo mejor lo esperable hubiera sido que se pusieran a llorar, que quedaran sumidos en el dolor. Pero no, se alegraron porque habían, finalmente, entendido correctamente a Jesús. No os dejo, les había dicho Jesús. Seguiré estando con vosotros. Todavía no podían empezar a predicar, debían esperar el don del Espíritu santo, pero en los corazones de aquellos hombres no cabía ninguna duda. Sentían a Jesús tan profundamente como cuando lo habían acompañado por los caminos de Israel. Y eso, lo tenían que contar.
Rubén Ruiz Silleras.