Comentario evangélico. Domingo 10 C Ordinario.
Domingo X del tiempo ordinario, 9 de junio de 2013. Ciclo C, Lucas 7,11-17.
Las buenas noticias de Dios.
Naín era una ciudad cerca de Nazaret, en la región de Galilea. En el evangelio de hoy Jesús devuelve la vida a un hombre que había muerto. Esto es lo grandioso y admirable que nos relata el texto. Pero hay otro personaje en esta escena que conviene no pasemos por alto. Es la madre de este hombre, que era viuda. Lo cual significaba ya una gran desgracia en la sociedad israelita que estaba cimentada en la figura del varón. En aquella sociedad la mujer sin el varón estaba condenada a una vida de privaciones. Por esta razón la ley judía mandaba proteger de forma especial a las viudas (Dt 10,15; 24,17.20-21). La situación de nuestra viuda se ve agravada porque su hijo acababa de morir. El evangelista toma cuidado en aclararnos que era el “hijo único de su madre” (7,12). Es decir esta mujer se acaba de quedar absolutamente sola en el mundo. Por eso su dolor debía ser inmenso. Tanto que Dios mismo (en Jesús) no pudo pasar de largo. De nuevo la traducción litúrgica apunta que al ver a esta mujer a Jesús “le dio lástima”. Preferimos el sentido original del verbo griego, que significa: “compadecerse, tener misericordia”. A Jesús se le conmueven las entrañas al ver el dolor de esta viuda. Y aquí, creo, tenemos una de las grandes lecciones de este evangelio: Dios no es indiferente a nuestro dolor. Al contrario, Dios está a nuestro lado cuando sufrimos (¿y quién no ha sufrido alguna vez?). Dios no se olvida o se pone de perfil cuando nos van mal las cosas. Igualmente Jesús no dio un rodeo cuando vio la comitiva fúnebre, fue a su encuentro. Ante el dolor de la madre y siendo consciente de la situación en que ésta se quedaba (sola en el mundo) Jesús decide hacer un acto de poder y restituir la vida al difunto. Y se lo entregó a su madre. Es fácil imaginar que a esta mujer este gesto de Jesús le devolvería la esperanza y las ganas de vivir. La reacción de la multitud nos puede enseñar igualmente. Ante esta actuación de Jesús y esta obra de caridad hacia la mujer, la gente alabó a Dios por su grandeza y rompieron en este grito: “Dios ha visitado a su pueblo”. Este grito de la multitud nos recuerda el famoso oráculo de Isaías, sí, Dios es el “Emmanuel”, el Dios que camina con nosotros, que está en medio de nosotros.
Esta buena noticia se extendió por toda la comarca. Y ahora, ¿qué podemos aprender nosotros? Lo primero: que Dios nos acompaña muy de cerca en la hora del dolor. Lo segundo: que es posible que hoy Dios no resucite al hijo de la viuda de Naín, pero ¿no se siguen haciendo hoy verdaderos milagros en nombre de Dios? A cuanta gente se le cura, se le da de comer, se le escucha, se le atiende, se le acompaña, se le da esperanza, se le anuncia la Palabra... Seguro que nosotros conocemos o participamos en algunos de estos milagros. Alabamos a Dios por ellos. Y luego, ¿por qué no vamos y los contamos?
Rubén Ruiz Silleras.