Comentario evangélico. Domingo 32 C Ordinario.
Domingo 10 de noviembre de 2013, XXXII del Tiempo ordinario, Lucas 20, 27-38. Ciclo C.
¡Poder mirar a Dios cara a cara!
La mayoría de los saduceos eran judíos que formaban parte de las familias sacerdotales, siendo considerados como miembros de la alta sociedad judía. Apoyaron a los sumos sacerdotes asmoneos y posteriormente a los gobernadores romanos. Eran de naturaleza religiosa, como los fariseos. Pero a diferencia de éstos, los saduceos no creían en la resurrección de los muertos porque solo aceptaban como escritura sagrada la Torá (nuestro Pentateuco) y rechazaban los profetas, la literatura sapiencial y los demás escritos, donde sí se encuentra explícitamente la creencia en la resurrección.
Esta es la tarjeta de presentación de los interlocutores de Jesús en este evangelio. A más de uno le dejará perplejo el caso que proponen a Jesús. ¿Siete hermanos casados con la misma mujer? ¿y por qué? Sí, a nuestra mentalidad moderna nos extraña esta práctica judía. Pero la famosa ley del levirato judía (Dt 25,5-10) establecía lo que los saduceos plantean a Jesús. El espíritu de esta ley no era caprichoso, aseguraba que los bienes de la familia no fueran a ser aprovechados por alguien ajeno a ella si la viuda se casaba con un forastero. Y de todos es conocida la importancia de la descendencia para el pueblo judío.
Pero no hemos hablar aquí del espíritu de la Ley judía, aquí tenemos que hablar del evangelio. Y lo que hay de fondo no es una cuestión legal, sobre los derechos de la viuda o de la familia. Hay una cuestión teológica y no menor. Pues el centro de este evangelio es la creencia o no en la resurrección de los muertos, pilar básico, fundamental e insustituible de nuestra fe.
Es evidente que los saduceos han llevado al extremo la citada ley para poner en problemas a Jesús. Sin embargo, el Señor no entra en polémica y les instruye para que caigan en la cuenta de que los esquemas del mundo no se pueden aplicar sin más a la vida futura. No es la resurrección una mera continuación de nuestra vida en la tierra. Sino una vida totalmente nueva y distinta en la que ya no habrá, por ejemplo, matrimonio.
No se trata tanto de saber cómo será la resurrección, cuanto de creer y esperar en ella. Al inicio de sus palabras dice Jesús: “los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección”. Ser juzgados dignos. Muchas veces los hombres tenemos miedo a la muerte. Pero desde estas palabras de Jesús, ¡qué maravilloso regalo será poder participar un día de esta vida futura y de la resurrección! ¡Poder experimentar la plenitud de la vida, el final del camino de todo hombre, poder mirar cara a cara a Dios, poder gozar de la compañía del Dios de la vida! Ni siquiera Moisés pudo contemplar toda la gloria de Dios. El que resucite en Cristo sí podrá.
No es este evangelio cuestión de leyes, de matrimonios repetidos o estériles…trata de la mayor esperanza que un hombre puede imaginar. Resucitar para vivir para siempre con Dios. ¡Nadie debería verse privado de tan gran esperanza!
Rubén Ruiz Silleras.