HOMBRE GRANDE no por lo que dice, sino por lo que hace
Cuarto domingo de Adviento. Cercana ya la noche santa de la Navidad. Y hoy, el evangelio nos presenta la figura de un hombre justo: José. No se nos ha transmitido de José ni una sola palabra, sin embargo solo sus obras le convirtieron en un hombre grande. El nacimiento de Jesucristo fue un nacimiento extraordinariamente singular, pues aconteció por obra del Espíritu santo. Pero si en él la virgen María desempeñó un papel fundamental aceptando ser la madre del hijo de Dios, también fue muy importante el papel de José, que aceptó su papel en este nacimiento tan especial. Era lógico que José no entendiera cómo su prometida podía estar embarazada sin intervención suya. Sin embargo, la grandeza de José le llevó a no denunciar a María pues eso le podría haber acarreado ser juzgada como adúltera con la pena consiguiente. El hogar de José y de María no era cualquier hogar, por eso, Dios se puso en contacto con el bueno de José para revelarle lo que había pasado y para pedirle que asumiera su papel en esa historia de salvación que Dios había preparado para la humanidad.
Que Dios hable a José a través de un ángel y en sueños es un fenómeno ya conocido en el Antiguo Testamento. Y en las palabras que siguen podemos encontrar un bonito paralelismo con las palabras que el ángel dirigió a María en el momento de la anunciación. Podríamos hablar de una anunciación a José: “No tengas miedo José” [la expresión griega exacta es: “No temas recibir a María..”]. Lo mismo había escuchado María: “No temas María” (Lc 1,30). En Dios no hay temor. A su lado, los miedos, las dudas, cualesquiera que éstas sean, se disipan y diluyen. El que Dios conceda a José la misión de imponer el nombre al niño que va a nacer es un derecho de primer orden. Pues en la antigüedad el rito de la imposición del nombre era el modo por el que el niño pasaba a formar parte de la descendencia paterna, era su reconocimiento legal, diríamos hoy. Éste niño ya portará en su nombre (Jesús) el significado de su misión (Dios salva).
Acabada esta anunciación a José, el evangelista Mateo añadirá un oráculo del profeta Isaías que encuentra su plena realización y su significado último en el nacimiento de Jesús. Éste, será el “Dios con nosotros”. Nunca los dioses de las religiones antiguas habían decidido descender hasta la arena de los hombres. En Cristo, Dios mismo camina a nuestro lado. José, habiendo oído las palabras de Dios las acogió y las aceptó. Entonces entendería. Y sabría que había hecho bien al no rechazar a María. María solo cumplió la voluntad de Dios. Como él, José, también iba a hacer ahora. Una mujer y un hombre excepcionales. María y José, que se fiaron de Dios sin atisbo de egoísmo o de duda. Hoy acudimos al varón justo, para aprender de él. San José, que seamos dóciles, como Tú, a los planes que Dios tiene reservados para nosotros y los acojamos sin miedo, llenos de fe. Amén.
Rubén Ruiz Silleras.