Comentario evangélico. II Domingo Navidad, ciclo A
Segundo domingo de Navidad, 5 de enero de 2014, ciclo A, Juan 1,1-18.
A tu lado, contigo y dentro de ti.
Acabamos de leer la primera página del Juan, el prólogo a su evangelio. Es verdad que el evangelista Juan utiliza un lenguaje con un alto valor teológico, pero para comprender mejor y rezar con este texto basta que donde dice “la Palabra” tengamos claro que está haciendo referencia a Jesucristo.
. La vida, ¿puede haber realidad más hermosa para cualquier hombre? Todos amamos la vida. Pero la vida que nos ha dado esta Palabra (Cristo) no es una vida condenada a las tinieblas sino a la luz.
Juan utiliza ahora el famoso binomio luz-tinieblas conocido en la literatura de su tiempo y que forma parte también de nuestra propia existencia. Días de luz, días de tinieblas. Días luminosos, días tristes. En la vida que Cristo nos ha venido a traer la luz, su luz, siempre vence a las tinieblas, por muy densas que éstas sean.
A veces los cristianos nos preguntamos: ¿dónde estás Señor? Y lo hacemos con actitud sincera porque le queremos. Pero Él siempre está brillando, es la luz. Sucede que a lo mejor no estamos mirando a Dios sino a nuestros propios problemas y sin mirar a la luz es difícil verla. Este texto de Juan también nos transmite la misma idea, revestida con una imagen preciosa: “y puso su morada entre nosotros”. No sobre nosotros, por encima ni por debajo. Con nosotros. Sí, Dios está a tu lado, contigo y dentro de ti. Esta es la extraordinaria y fantástica noticia que celebramos en la Navidad pero que no debemos dejar de anunciar y vivir todo el año.
A pesar de ser tan buena noticia muchos, nos dice Juan, no la quisieron recibir. Hoy sucede lo mismo. Es una muestra más de la contradicción humana. El hombre quiere ser feliz pero rechaza a quien le puede hacer feliz, Dios encarnado. Pero también Juan nos relata que hubo otros que sí acogieron a Cristo.
Para éstos, para nosotros, este evangelio nos invita a no desanimarnos. Nunca. Juan el Bautista clamó esta buena noticia. Seguro que se dejó la voz, porque él había experimentado la Luz y la Palabra. No nos cansemos, seamos como Juan, infatigables al desaliento, proclamemos hasta nuestro último día en esta tierra, que nadie podrá llenar nuestra vida de tanta luz, de tanta verdad y de tanta gracia.
Rubén Ruiz Silleras