Comentario evangélico. Domingo 5 Ordinario, ciclo A.
Domingo 9 de febrero de 2014. V Domingo del Tiempo ordinario, ciclo A. Mateo 5,13-16.
Sal + Luz = vida que contagia.
Digamos que la ecuación que encabeza este comentario no está completa del todo. Al calor del evangelio de hoy el lector avezado seguro que se ha dado cuenta. Aquí, en el cuerpo del texto en el que se dispone de más espacio la podemos redactar en todos sus términos. No se trata de cualquier sal ni de cualquier luz. Es la sal y la luz de Jesús. Entonces sí: si vives en tu vida esta sal y esta luz, tu vida contagiará. Tu vida irradiará evangelio, tu vida será para muchos atrayente, cautivadora. Pero solo conseguirá este efecto si es auténtica, si la denominación de origen de esa sal y el brillo de esa luz están en Cristo, porque si nuestra sal es sosa o sustituimos la luz de Jesús por nuestra propia luz entonces no atraeremos a nadie.
Esta es la afirmación principal de este evangelio: vosotros sois la sal y la luz del mundo. Es interesante que analicemos el sujeto de la frase: “vosotros”. Estas palabras son las que siguen inmediatamente a las Bienaventuranzas, que constituyen la apertura del primero de los cinco grandes discursos que Jesús pronuncia en el evangelio de san Mateo. Es cierto que una muchedumbre está escuchando a Jesús (Mt 5,1), pero también es cierto que sus discípulos están más cerca y ese “vosotros” va dirigido en primer lugar a ellos. Nosotros también estamos más cerca de Jesús y por eso sus palabras nos afectan de una forma especial. Es una responsabilidad, una gran responsabilidad ser discípulo de Jesús. Si estamos llamados por Él a ser sal de la tierra y luz del mundo para alimentar, iluminar, invitar, contagiar, aliviar, acompañar…tenemos que estar muy cerca de Él, recibir primero para poder dar. Estar cerca de Jesús, experimentarlo en nuestra vida, mirarle, contemplar cómo Él fue y sigue siendo luz y sal para la vida de tanta gente y luego intentar reproducir en nuestras vidas sus gestos, sus palabras, su misericordia y su amor… Recibir para luego poder dar. Experimentar a Jesús para luego poder contagiarlo. En estas matemáticas evangélicas no podemos alterar el orden de los factores. Si lo hiciéramos correríamos el riesgo de desvirtuar el mensaje. Primero Cristo, luego haberle experimentado realmente en nuestra vida y como último término: contagiarlo y llevarlo a los demás.
El ser sal y luz para los demás no es mera poesía. El evangelio lo deja bien claro, no fuera a ser que alguno estuviera ya preparando un soneto. Ser sal y luz es realizar buenas obras. Y esas buenas obras son las que nos ha enseñado Jesús, las que Él ha realizado y que todos conocemos. Pero no tener la voluntad de hacerlas, sino realizarlas de verdad.
¡Ojalá nuestras vidas estén llenas de sal y de luz para que viéndonos y conociéndonos muchos lleguen hasta Cristo! Sin olvidar nunca que nuestras buenas obras no deben servir para nuestro enorgullecimiento sino para que los que nos vean reconozcan a Dios y le den gloria.
Rubén Ruiz Silleras.