Comentario evangélico. Domingo 5 Cuaresma, ciclo A.

 

Domingo V de Cuaresma, ciclo A. 6 de abril de 2014. Juan 11,1-45.

La muerte no es la última palabra.


      Nacer para morir.  O nacer para vivir esta vida como un don de Dios y morir para resucitar un día con Él.  El evangelio de este último domingo de cuaresma nos sitúa ya en el corazón de la Pascua.  Los cristianos no creemos en la muerte creemos en la Resurrección. Y esta es la afirmación más importante de Jesús en este evangelio: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá”.
      La enfermedad, como la muerte, son experiencias ligadas a la vida humana. Todos conocemos estos momentos y lo que ellos suponen. En este caso la enfermedad llamó a la puerta de los hermanos de Betania, a los que Jesús tanto quería.  Este evangelio repite hasta en tres ocasiones el amor que Jesús sentía hacia Lázaro, Marta y María.  Éste es un evangelio que nos hace un retrato profundamente humano y divino de Jesús.  Divino porque solo Él es el Cristo, el hijo de Dios, la resurrección y la vida.  Y humano porque Jesús ama profundamente a sus amigos. Y no puede contener las lágrimas ante el dolor de María. Imagen entrañable donde las haya.
      Es verdad que tanto Marta como María, cuando se encuentran con Jesús, le dirigen casi idénticas palabras: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Podrían parecer un reproche.  ¿Por qué Jesús no partió inmediatamente hacia Betania cuando le llegó el aviso de que su querido amigo Lázaro estaba enfermo?  El evangelio nos dice que sólo dos días después de recibir el recado emprendió el camino hacia Judea.  No podemos entrar en la mente de Dios, sus tiempos y sus razones son suyas.  Pero sí podemos comprender la experiencia humana de un corazón roto ante el dolor por la pérdida de un ser tan querido (¿quién no ha vivido sentimientos parecidos alguna vez?).  Ahí, en ese punto están Marta y María. Ese momento en el que uno tiene su razón y su corazón ofuscados y en el que las palabras que se pronuncian se deben entender desde esa experiencia humana límite. Y en nuestro evangelio, aún en medio del profundo dolor, a Marta no se le ha extinguido la esperanza: “..Pero aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá”. 
       Jesús pedirá que le conduzcan al sepulcro. Allí se reunirán todos: Marta, María y los judíos que las acompañaban.  Antes de llamar a Lázaro de la muerte a la vida Jesús entra en oración y se dirige a Dios Padre.  Todo lo que hace Jesús, también este signo extraordinario, procede de Dios. Y todo está ordenado a la gloria de Dios.  Y sí, viendo este signo de poder dice el evangelio que muchos judíos creyeron en Él.
Nosotros no necesitamos ver cómo Jesús rescató a Lázaro del sepulcro para creer en Él. Creemos que Jesús es la resurrección. Y que el que cree en Él no morirá jamás.  Sí, es verdad, no podemos responder mil interrogantes que nos surgen. Pero Dios es más fuerte que nuestra curiosidad.  La fe en la Resurreción es el camino que nos conduce a la Vida verdadera, esa que no conocerá ya fin.

Rubén Ruiz Silleras.

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