Comentario evangélico. Pentecostés, ciclo A.
Solemnidad de Pentecostés, ciclo A. 8 de junio de 2014. Juan 20,19-23.
Aliento de vida
Este evangelio lo escuchábamos íntegro el pasado 27 de abril, II domingo de Pascua. Entonces era completado con la escena de la duda de Tomás. Y aquellas palabras de Jesús que recordamos bien: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Hoy se nos propone una versión más breve de la misma escena. Ahora solo están los discípulos reunidos en una casa y Jesús resucitado.
En esta solemnidad de Pentecostés, nuestra atención se centra enseguida en el don que Jesús hace del Espíritu Santo a los discípulos. Para comunicar a los suyos el Espíritu dice el evangelio que Jesús “exhaló su aliento sobre ellos”. Una expresión preciosa que traduce el verbo griego emphysao (que significa: “soplar sobre”). Este verbo no vuelve a aparecer en ningún otro lugar en el Nuevo Testamento. Si acudimos al Antiguo Testamento (en su versión griega de los LXX) aparece en cinco ocasiones, siendo la primera en el libro del Génesis que dice así: “Entonces Dios formó al hombre con polvo del suelo y exhaló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Y he aquí la relación que quiero establecer: al principio de la Creación Dios Padre exhaló sobre el hombre el hálito de la vida y ahora es Cristo mismo quien exhala sobre el hombre el Espíritu Santo. El Padre nos comunicó la vida. Y ahora el Hijo, por el Espíritu, nos da nuevamente la vida.
La entrega del Espíritu va acompañada del poder de perdonar y de retener los pecados. Confiriendo esta potestad a sus discípulos Jesús les está haciendo partícipes de un poder que solo tiene su origen en Dios. Solo Dios puede perdonar los pecados (Lc 5,21), los discípulos lo harán, con la ayuda del Espíritu santo y siempre en nombre de Dios.
Pero el don del Espíritu Santo no solo consiste en esta capacidad de perdonar y retener los pecados. En el evangelio de Juan encontramos muchas referencias al Espíritu Santo. Para una mayor comprensión de este evangelio y del don del Espíritu Santo me he permitido hacer un breve recorrido: El Espíritu santo es un don de Dios que sólo se confiere a los hombres a partir de la glorificación de Jesús (su Resurrección) (Jn 7,39); El Espíritu Santo es el Espíritu de la verdad, Él es el que nos ha de guiar hasta la verdad completa (Jn 15,26; 16,13) que es Dios mismo. El Espíritu Santo es quien hoy nos hace presente a Jesucristo. Pues Él, el Espíritu, nos enseñará y nos recordará todo lo que dijo e hizo Jesús (Jn 14,26). Y la última cita, como hemos vista con la comparación del texto del Génesis, Juan nos dirá claramente que “el Espíritu es quien da la Vida” (Jn 6,63).
Solo Jesucristo es la puerta que nos conduce a Dios Padre. Y solo a través del Espíritu Santo podemos llegar a conocer (en su sentido bíblico de experimentar) a Jesús. Así que recemos hoy: “Que por Ti conozcamos al Padre y también al Hijo y que en Ti, que eres el Espíritu de ambos, creamos en todo tiempo”. Amén.
Rubén Ruiz Silleras